Una historia por entregas: "Querido Humphrey Bogart" (2)


(Martha Boss fotografiada por Nina Leen)

CAPÍTULO 2

..."Pero Fernando, según me aseguró, las remitió a todas a su comunicado oficial en el Facebook, que era, desde luego, lacónico a más no poder: “Anuncio a mis amigos de FB que me he enamorado.  De una mujer. Lo aclaro por si hubiera dudas” 

La aclaración sobraba. Nadie imaginaría nunca que Fernando es gay. Su vida privada ha sido ultrasecreta hasta ahora, pero que no es gay estaba clarísimo. Más bien es todo lo contrario. Le gustaban prácticamente todas. O le gustan, quién lo sabe. Esas cosas no pueden perderse de vista, ni siquiera ante el amor apasionado que se supone siente por mí en estos momentos. 

La pregunta es ¿qué necesidad tenía Fernando de anunciarlo en Facebook? Ah, pues no es fácil explicarlo. Y menos de preguntarlo. De hecho, no le he trasladado esa pregunta. En realidad, no le pregunto nada. Sólo necesito saber que me quiere. Y, en este caso, es blanco y en botella. Por un lado, se quitó de en medio a la legión de mosconas que lo persiguen para convertirlo a la religión de cada una. Y,  por otro, les dijo de forma sibilina, véis, yo soy capaz de enamorarme, no soy ese tipo frío y sin escrúpulos, inmaduro y peterpanesco que habéis dibujado…

Fernando y yo hemos sido amigos durante más de diez años. Nos contábamos cosas y confiábamos el uno en el otro. Pero, en realidad, yo nunca hubiera sospechado que había algo más en su actitud. Más bien lo contrario. Dicho de otro modo: mi impresión era que no me hacía ni puto caso. Esta impresión variaba cada día. A veces me parecía que yo era una persona importante para él. Otras veces, las más, que no era nada. En general, tenía la sensación de que no me consideraba una mujer, sino una confidente o una amiga, una especie de ente totalmente asexual. Eso es sumamente fastidioso. Os diré por qué. Incluso cuando no pensaba en Fernando en términos amatorios, me jodía tela que él me viera como a una matrona inglesa. Como a una consejera o una hermanita. Eso me bajaba la autoestima como ninguna otra cosa en el mundo. Pero esta ha sido su actitud hasta hace poco. Un mes exactamente. O un mes y quince días, para ser más precisos. 

Os diré qué ha pasado. 

Hace mes y medio Fernando me envió un mensaje críptico. “Tengo que hablarte. De algo. En fin…” Yo le contesté, vale, llámame por teléfono. Pero él insistió en que el teléfono no le servía. Además no le gusta hablar por teléfono. Es curioso. Eso mismo le ocurre ahora a la mayoría de la gente. Nadie se separa de su teléfono pero no se usa para hablar. ¿Para qué tenemos un teléfono si no lo usamos? Ah, ese es uno de los misterios de este siglo que estudiaran los sabios en el futuro. Es más cómodo, según parece, escribirse por Facebook o por Twitter o por Instagram. O colgar una foto. Por ejemplo, si estás enfadada con alguien siempre puedes poner un enlace hablando de los diez defectos más repetidos entre el género masculino. Como seguro que tu contrario los tiene casi todos, pues ahí le das. Y hay otros trucos que no tengo tiempo ahora de contaros. 

Lo del Facebook merece mención aparte. A Fernando no le gustaban nada las redes sociales. Pero creo que decidió aumentar sus expectativas en un momento de bajón sentimental y se abrió un perfil. Solía colgar comentarios sobre sus libros, reflexiones sesudas sobre literatura, bah, pamemas. Todo eso no me engañaba. Lo que quería lisa y llanamente era ligar. Su Facebook se llenó de tías buenas. Escribían, con faltas de ortografía, frases de cuatro palabras y muchos emoticones. Aunque no puedo saberlo con certeza, creo que su lista de “amigas” virtuales tiene un nivel medio inferior al Graduado en ESO. 

Lo más aplaudido tenía lugar cuando Fernando colgaba una foto. En una ocasión la foto lo mostraba en una cafetería del centro de Sevilla tomándose una tapa de pringá. Es verdad que la tapa tenía un aspecto sustancioso pero aquello generó setenta y cinco likes en dos minutos y por lo menos cuarenta comentarios. 

Los comentarios eran de este tenor: “Guau”, “Tío bueno”, “Mmmmmm”, “Oléeeeeee”, “Te comooooo”. Etc. Y mucho jajajajajajajaja. Algunos de ellos eran tan comestibles que dudé si se dirigían a él o a la pringá. 

Ni que decir tiene que Fernando contribuía a ese “estado de opinión” megustando toda clase de fotos de chicas ligeras de ropa, miradas insinuantes, morritos, mohínes, frufrús y otras variables de la frivolité femenina. Se la pelaba que la gente lo considerara un salido o un viejo verde. Él a lo suyo. A pillar cacho, vamos. 

De resultas de su aterrizaje en las redes sociales Fernando amplió considerablemente su campo de acción. Es verdad que entre sus “amigas” las había de perfiles muy variados, algunos de los cuales eran opuestos a sus gustos. Amas de casa aburridas que criticaban sus excentricidades, ninfómanas desatadas que lograban ponerlo colorado a veces, intelectuales con pretensiones, estudiantes con miras de progresar a costa de cualquier cosa…en fin, un poco de todo. Una selva selvática de mujeres en acción. A las guapas les decía que sí en seguida, pero, claro, ya sabemos cómo funciona esto. Las fotos de los perfiles pueden amañarse, y, sobre todo, tener diez o quince años. En su target de seguidoras, el bótox y el ácido hialurónico tienen un sitio de honor. Aquello era un festival de erotismo de todo a cien. 

Claro que uno no puede estar todo el día pendiente de controlar esta riada de mujeres virtualmente activas. Algunos disgustos tuvo de los que yo tuve noticia tangencial. En ocasiones me preguntaba mi opinión acerca de tal o cual chica o señora que le solicitaba amistad. Aunque no tengo ninguna seguridad de que mi respuesta le sirviera de algo. Estos asuntos, por otro lado, me traían al fresco. Nunca se lo dije, pero mi parcela de amistad era lo que me importaba, todo lo demás era algo ajeno, lejano, algo en lo que no pensaba"

(Continuará) 

Comentarios

Entradas populares de este blog

The Idea of You: cuarenta y veinticuatro

El amor es una cabina de teléfonos

Enaguas de seda rosa

Dejé pasar el autobús

En la librería

Sí. Necesitan más ayuda.

"La hija del tiempo" de Josephine Tey

Austen y la vida en la campiña inglesa

La riada

La calle secuestrada