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Ama como un hombre, lucha como una mujer...


Mi voz suena casi inaudible en la lejanía:
Dime algo bonito…
Aunque sea mentira…

La tuya tiene un temblor inusitado:
No sé qué haría sin ti…
¿Dónde has estado el resto de mi vida?…

Mientes… Una mentira puede encubrir una verdad mayor ante la que no podemos escondernos. A veces esa mentira es la única forma de decir “te quiero”. Puedes escribir “te quiero, jajajajaja” y parecerá que el sentimiento es de cartón piedra, que es un decorado. Puedes añadirle un emoticón y dará la impresión de que tienes un buen día. “Qué estas pensando” te preguntará la sagaz máquina. “Pienso que el amor es una batalla, aunque se acompañe con música de acordes suaves”. Pero, de pronto, se rompe el hechizo. Volvemos a la realidad. A lo que somos. A lo que ocultamos. A lo que no sentimos. A las cosas que nunca te dije. A lo que está prohibido. A lo que anhelamos. A lo que tememos. A lo que deseamos más que a nada en el mundo. A esa fuerza única que me obliga a no poder apartar los ojos de ti. 

Mírame…No soy Vienna, ni regento un salón en un ignoto territorio desértico. No llevo ropas masculinas, ni tengo los ojos ocultos por un dolor sin nombre. No soy rotunda, ni fuerte, ni brusca, ni estoy a punto de perderlo todo otra vez como hace cinco años.

Y tú…Tú no sabes tocar la guitarra, ni tienes los ojos indecisos, ni una sonrisa triste que parece no hallar donde posarse como si fuera una paloma que ha dejado de volar…No eres un hombre al que persigue un recuerdo, no eres un perdedor.

Escúchame…Estoy aquí, sentada delante de la pantalla mientras contemplo el rojo sobre rojo, el blanco sobre rojo, el negro sobre negro. La tormenta de arena y el galope de la furia… Ellos, los personajes, están al otro lado. Como si fuera una función de teatro y yo la única espectadora. Los colores me inundan. El blanco del vestido, el negro del vestido, el rojo del vestido. Y luego, una canción, una melodía que llevo grabada desde que la escuché por vez primera. Podría cantarla para ti y sería la verdad… si pudiera hacerlo mirándote a los ojos. “Frío por fuera, cálido por dentro”… “Siempre estuve loca por ti”… “Si eres cruel, sé que puedes ser amable”… “Nunca hubo un hombre como tú”…”Te vayas o te quedes, te quiero”… Y, al final, “Tócala otra vez”, como si fuera una película en blanco y negro y se llamara “Casablanca”. “Tócala otra vez, Johnny…”

Déjame…Por una vez voy a decirte lo que pienso. “Si el hombre pudiera decir lo que ama”. Por una vez voy a dejar de ocultarme. “Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo”. Tantos años es mucho tiempo. No soy Joan Crawford, ni tú eres Sterling Hayden. Esto que vivimos no es una película. No somos sino gente corriente. No hay detrás una roulotte ni una limusina. Nadie grita “Acción”, nadie dice “Se rueda”. Ninguna amable chica con cola de caballo me retocará el maquillaje y, si lloro, el surco de las lágrimas quedará en mis mejillas sin que pueda evitarlo. No tenemos guionistas. Nadie discutirá la autoría del guión. Nadie nos incluirá en una lista negra. 

Hombres… El pistolero lleva una guitarra. El salón está lleno de lámparas barrocas. Las mujeres luchan entre sí, en un mundo de hombres. El héroe se desnuda: “No hay nada mejor que un cigarrillo y una taza de café”. ¿Qué necesita un hombre de verdad? No una mujer sino, en todo caso, muchas mujeres, quizá todas las mujeres, whisky, cabezas de ganado, dinero y tierras. “No hay nada mejor que un cigarrillo y una taza de café”. El pistolero lo ha perdido todo y por eso no ansía nada. Hace cinco años quiso seguir siendo un pájaro en libertad y esa libertad lo ha convertido en un hombre enjaulado. “Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien, cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío”…

Mujeres… Emma galopa con rotundidad, tanta que cae al suelo su tocado de luto. Negro sobre el aire dorado del albero… La atmósfera se llena del polvo que levantan los cascos del caballo. Sobre el animal, ella aparece triunfante, pero es un espejismo como esos que se suceden en los desiertos. Porque su rostro tiene la dureza de las vírgenes y le falta la tersura amable que ofrece el conocimiento del amor… o de sus sucedáneos. Mejor un sucedáneo que nada. Un cuerpo que te abraza, unas manos que te acarician, una boca que te besa… aunque sea mentira. Puedes reparar en su mirada de odio. Observa a Vienna como si quisiera destrozarla. Es una mujer resentida, implacable. No conoce el fuego de la pasión, no entiende cómo el amor cambia a las personas. El odio entre esas mujeres indica que la tragedia está a punto de estallar. En el desierto, el sol es rojo y lleva una pátina inevitable de pérdida. Algo va a desaparecer para siempre. Y la inocencia, hace cinco años se quedó varada en una habitación del Hotel Aurora, como un barco encallado frente a la costa de una isla desierta…

Miénteme. Dime que todos estos años me has esperado…

Si. Miénteme. Y abrázame hasta el fondo. Lo hacen Johnny y Vienna, los ojos en los ojos. Miénteme. Escribe nuestra historia, esta historia de amor en el terreno árido de una tierra hecha para la muerte. Llena nuestra mentira de abrazos que sean nuevos. No guardes la pasión en el desván, al lado de los rifles o junto a los sentimientos olvidados. Miénteme y deja atrás la culpa. El pasado pasó y no puede borrarse. Y no puede escribirse. No quiero que me cuentes. No quiero saber nada. Nada de tantos hombres ni de tantas mujeres. Nada de otros abrazos, nada de otras caricias, nada de otras miradas…No hay nada que perder, ¿no lo comprendes? Lo hemos perdido todo. 

Recuérdalo… Es inevitable. En esta caligrafía de emociones el coro anuncia el fin de la tragedia. Muerte o victoria se escriben de igual forma. Vienna y Johnny están condenados a quererse y necesitan un milagro. Como nosotros, sienten que, al verse, les recorre la espina dorsal ese escalofrío previo al deseo. Notan el ardor de la sangre, la pasión que los invade y que no pueden dominar. Como nosotros, saben que el tiempo del amor está tasado y que las horas perdidas no vuelven nunca. Pero puedes conjurar el paso del tiempo, puedes olvidar el dolor, recobrar el sentido si amanece el abrazo, si el abrazo anochece y así el plano es único, un plano en el que caben los dos, en el que estamos los dos, no un plano/contraplano, no un diálogo lleno de repeticiones cansadas y de silencios fríos, no una discusión que nos arranque del pasado, no, un abrazo, un simple, ansiado, intenso, necesario abrazo. 

Y un reconocimiento: “Te he buscado en todos los hombres que he conocido. !Cómo te he esperado!…¿Por qué has tardado tanto?”… “Nada de eso es real. Solo tú y yo”…

 “Si no te conozco, no he vivido”. “Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”. 


Sinopsis

Johnny Logan, antes pistolero y ahora simplemente un hombre desengañado, vuelve a encontrarse con Vienna, su gran amor al que abandonó hace cinco años, en el negocio, un salón de juego, que ella tiene en un lugar abandonado del oeste, que se ve amenazado por la gente del pueblo, tras el crimen cometido por una banda de forajidos. 

Algunos detalles de interés

“Johnny Guitar” se rodó en 1954 y fue dirigida por Nicholas Ray. El guión de Philip Yordan se basa en una novela de Roy Chanslor. La música, extraordinaria, se debe a Víctor Young y Peggy Lee, que interpreta la canción mítica que es el centro de la banda sonora. 

Los principales intérpretes son Joan Crawford, Sterling Hayden, Mercedes McCambridge y Scott Brady. En papeles destacables aunque cortos dos actores de peso, Ernest Borgnine y John Carradine. La crítica considera que los papeles femeninos de Vienna y Emma, respectivamente, son las cumbres interpretativas de las carreras de ambas actrices. 

Un pequeño estudio (Republic Pictures), una actriz casi despedida por la MGM (Joan Crawford), un actor duro que esconde un secreto (Sterling Hayden), un guión cambiante (¿Ben Maddow o Philip Yordan?) y un director insobornable (Nicholas Ray), son los ingredientes de este ¿western?, de esta extraña película de culto, que es imposible olvidar. 

El estudio psicológico de los personajes, sus problemas emocionales, el ambiente opresivo del entorno físico y la relación entre Vienna y Johnny, son las piedras angulares de esta obra. La dirección de actores es considerada modélica, dentro de la historia del cine. 

Los años de la “caza de brujas” dieron memorables frutos cinematográficos, sorteando las censuras y recibiendo el aplauso incondicional del público casi de inmediato, como si hubiera que exorcizar la falta de libertades que América vivía entonces. 

El amor entre Johnny y Vienna parece ser un trasunto del que había existido, tres años antes del rodaje, entre Nicholas Ray y la propia Joan Crawford. Incluso el aire físico del director es semejante al del pistolero convertido en músico. 

Esta fue la primera película en color de Nicholas Ray y utilizó todos los recursos posibles, incluido vestuario, decorados, objetos… para lograr una atmósfera cerrada, intensa, con un hálito especial, plagada de sentimientos encontrados que traspasan la pantalla y se instalan en el espectador. El empleo del claroscuro casi pictórico acentúa la sensación de tragedia. 

El duelo interpretativo entre las dos mujeres, Emma y Vienna, traspasó el celuloide. Sus peleas durante el rodaje se hicieron famosas. En la pantalla, ambas son magníficos ejemplos de mujeres combativas y apasionadas, la cara y la cruz de una misma moneda, en realidad. Mujeres que actúan como hombres y aman como mujeres. 


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