"Un alma cándida" de Elizabeth Taylor
Elizabeth Taylor (1912-1975) cuenta aquí una historia en la que no ocurre nada. Un grupo de personas unidas por lazos diversos dejan transcurrir su vida, muestran sus caracteres y se relacionan entre sí. No hay otro hilo conductor en la novela aparte de eso mismo, el pasar de los días. La escritora se asoma, los observa y nos cuenta qué ocurre con ellos durante un período de tiempo, no demasiado, el que va de una boda hasta los primeros meses de un bebé.
Flora y Richard son el matrimonio ¿feliz?. Alice su hijita, tan parecida a su padre. Luego está Percy, el padre de Richard, y su nuevo amor, Ba. Y la madre de Flora, la señora Secretan, con esa inconfesable aversión hacia su criada, tan perfecta. Están Meg y Kit, dos hermanos sin suerte. Y el escritor, diletante y sufridor, Patrick. Y Liz, una pintora llena de aristas, dura, inteligente y descuidada. En la casa del lado, otro matrimonio, Elinor y Geoffrey, sobrevive a una de esas relaciones calladas y vacías en las que nunca hay otra cosa que tedio.
Flora es el centro del universo. Guapa, sencilla, sincera, agradable, educada, simpática, dispuesta...¿seguimos? Flora lo tiene todo. Por eso todos la complacen, todos la adoran y todos quieren tenerla de su parte. Leyendo sus andanzas, viendo la pleitesía que todos le rinden, observando a esa madre absolutamente entregada a su hija, esos amigos que no ven más allá de ella, me he acordado de personas a las que he tratado y en las que he contemplado situaciones parecidas. Esta es una de las características de Elizabeth Taylor. No retrata vidas extrañas, personajes raros ni conflictos especiales. Todo lo contrario. Lo que narra lo hemos conocido, presentido, encontrado o buscado. Nos identifica. Sabemos que puede pasar y sabemos que pasa. Flora sabe cómo es, piensa que lo merece todo y así actúa. Como una reina, como una diva ante su auditorio. Pero alguien, quizá, descubrirá que en esa candidez puede anidar la astucia.
Y luego: Esa soledad de Richard, con una esposa pluscuamperfecta, pero hecha de metal. Junto a alguien que debe brillar siempre y que siempre tiene que constituirse en la estrella que los guía. Esas continuas decepciones de Meg. Su miedo a convertirse en una solterona que no tenga ningún asidero sentimental ni profesional. Ese vacío ante la marcha de su hija que sufre la señora Secretan, cansada, algo perdida, como si hubiera terminado su cometido una vez que su hija se ha casado. Ese hastío de Elinor, que vaga sola por cafés y calles sin que su marido sepa siquiera por qué lo hace, de forma que está abierta a muchas más cosas de las que aparenta cuando acude, de un lado a otro, a comprar cuadros antiguos o muebles que no le caben en el salón. Esa ocultación de Patrick, que nunca contará quién es ni cómo es, que relación tiene con Frankie, por qué espera que llegue para levantar el día, y, al tiempo, qué le acerca a Meg y qué lo separa de ella. Esa desesperación de Kit, que lo llevará a tomar una decisión terrible.
Todo ello narrado con amor, con delicadeza, cuidadosamente, con deleite, con sencillez pero sin caer en lo evidente, con detalle y con una fuerte dosis de compasión. Sin juzgar. Sin moralejas. Sin dictados. Los personajes están entrelazados unos con los otros. Esos lazos en ocasiones son limpios y veraces pero, en la mayoría de los casos, son lazos turbios, lazos que no aportan sino desasosiego y falta de libertad. Hay una dependencia emocional que se manifiesta en varios personajes. Un deseo de destacar por parte de otros. Un miedo añadido a la existencia en casi todos. La vida misma.
Un alma cándida. Elizabeth Taylor. Gatopardo ediciones. Junio de 2018. Traducción de Ana Bustelo.
Otras obras de Elizabeth Taylor reseñadas en este blog:
Una vista del puerto
La señorita Dashwood
Y luego: Esa soledad de Richard, con una esposa pluscuamperfecta, pero hecha de metal. Junto a alguien que debe brillar siempre y que siempre tiene que constituirse en la estrella que los guía. Esas continuas decepciones de Meg. Su miedo a convertirse en una solterona que no tenga ningún asidero sentimental ni profesional. Ese vacío ante la marcha de su hija que sufre la señora Secretan, cansada, algo perdida, como si hubiera terminado su cometido una vez que su hija se ha casado. Ese hastío de Elinor, que vaga sola por cafés y calles sin que su marido sepa siquiera por qué lo hace, de forma que está abierta a muchas más cosas de las que aparenta cuando acude, de un lado a otro, a comprar cuadros antiguos o muebles que no le caben en el salón. Esa ocultación de Patrick, que nunca contará quién es ni cómo es, que relación tiene con Frankie, por qué espera que llegue para levantar el día, y, al tiempo, qué le acerca a Meg y qué lo separa de ella. Esa desesperación de Kit, que lo llevará a tomar una decisión terrible.
Todo ello narrado con amor, con delicadeza, cuidadosamente, con deleite, con sencillez pero sin caer en lo evidente, con detalle y con una fuerte dosis de compasión. Sin juzgar. Sin moralejas. Sin dictados. Los personajes están entrelazados unos con los otros. Esos lazos en ocasiones son limpios y veraces pero, en la mayoría de los casos, son lazos turbios, lazos que no aportan sino desasosiego y falta de libertad. Hay una dependencia emocional que se manifiesta en varios personajes. Un deseo de destacar por parte de otros. Un miedo añadido a la existencia en casi todos. La vida misma.
Un alma cándida. Elizabeth Taylor. Gatopardo ediciones. Junio de 2018. Traducción de Ana Bustelo.
Otras obras de Elizabeth Taylor reseñadas en este blog:
Una vista del puerto
La señorita Dashwood
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