Ir al contenido principal

"Una vista del puerto" Elizabeth Taylor

Elizabeth Taylor (1912-1975) es una escritora maravillosa. Uno de esos descubrimientos míos, recientes, que han ido engarzándose de uno a otro, como si fueran las perlas de un collar antiguo. Reseñé de ella en este blog su libro "La señorita Dashwood" que me dejó impresionada y me mostró a una autora dotada de la capacidad de observación y del dominio del lenguaje que, cuando se combinan, producen obras de calidad y llenas de emoción. 

Como ocurre con otras colegas suyas que vivieron en época parecida (una época plagada de mujeres que escriben) ella tuvo una aparente existencia tranquila. Institutriz, bibliotecaria y luego esposa de un hombre de negocios, nada en su existencia podría haber prefigurado su dedicación a la literatura, salvo que el talento para escribir es un don que, tarde o temprano, se revela. 

Doce novelas y cuatro libros de cuentos es su bagaje.  También un libro para jóvenes. Esta que he leído recientemente y que gloso aquí se publicó en 1947. Se trata de un retrato coral de la vida y personajes que se encuentran en un pequeño pueblo inglés de la costa, en esos años siguientes a la Segunda Guerra Mundial en los que tantas heridas había que restañar y tantas ocultaciones se producían. Como afirma uno de los personajes de Agatha Christie, tras las guerras nadie sabe quién es quién y cualquiera puede hacerse pasar por otro. El protagonista del libro es Robert, marido de una escritora, que siente una especial atracción por otra mujer. Aquí surge el conflicto y el punto de partida de una estructura literaria en la que las relaciones humanas son el foco principal. Esa descripción de la sociedad es otro de los elementos principales que podemos hallar en las obras de Taylor. Persona y ámbito social, como factores que se influyen uno a otro sin solución de continuidad. 

Pero quizá lo más llamativo de todo es como el amor, en cualquier circunstancia, incluso adversa, se manifiesta como una fuerza inapelable, como un camino que ha de recorrerse sin redención alguna, en contra de principios, en contra de amistades, en contra de todo lo que se ha defendido antes de que nazca. Es ese sentimiento el que mueve los hilos de la trama y el que convierte a los personajes en seres poliédricos, capaces de todo. Por eso la viveza del libro, de ahí su verdad, su fuerza y su corporeidad absoluta. No estamos tratando de estereotipos, sino de personas vivas, que nos recuerdan, demasiado, a nosotros mismos.

Es esa forma de escribir lo que atrapa en esta autora. Esa manera compasiva, empática, con la que describe incluso situaciones que no son ejemplares. Una mirada que intenta ponerse en el lugar del personaje, azotado por malos momentos o contradicciones y que nos ofrece el retrato de su entorno o de su vida, a modo de explicación razonada. Los pequeños detalles son importantes. El esplendor de las estaciones, los ritos de la vida cotidiana, los encuentros con sus protocolos añadidos, las esperanzas que todos hilan sin querer perderlas, los recuerdos situados en un trastero del alma donde nunca podrán perderse. Todo fluye en esta novela con asombrosa conjunción, como si se tratara de una coreografía que se ha ensayado previamente, pero que, en el último momento, cambia de motivo, de armonía y de música, para convertirse en una muestra de asombrosa naturalidad que nos resulta tan cercana que no importan los años en los que se sitúa, que no importa el espacio, porque importa el resto. 

En la vida de Taylor hubo sencillez y lejanía de los círculos literarios. También misterio. Durante quince años mantuvo correspondencia con un hombre, cuyos datos desconocemos, al que contaba sus opiniones sobre literatura y vida, así como lo que hacía y pensaba. Este hombre y la escritora tenían lazos especiales que no se rompieron nunca. La biógrafa Nicole Bauman no sacó este tema hasta que el marido de Taylor había muerto, seguramente por respeto a él, que desconocía esta relación. Seguirle la pista a Elizabeth Taylor es hallar, con toda seguridad, un vivero de elegancia, buen gusto, talento literario y capacidad de observación (y de comprensión) de los seres humanos. Todo un compendio de saberes.

Una vista del puerto. Elizabeth Taylor. Editorial Gatopardo Ediciones. Traducción de Carmen Francí. Primera edición enero 2016. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

39 páginas

  Algunas críticas sobre el libro de Annie Ernaux "El hombre joven" se referían a que solo tiene 39 páginas. ¿Cómo es posible que una escritora como ella no haya sido capaz de escribir más de este asunto? se preguntaban esos lectores, o lectoras, no lo sé. Lo que el libro cuenta, en ese tono que fluctúa entre lo autobiográfico y lo imaginado, aunque con pinta de ser más fidedigno que el BOE, es la aventura que vivió la propia Annie con un hombre treinta años más joven que ella, cuando ya era una escritora famosa y él un estudiante enamorado de su escritura. Los escépticos pueden decir al respecto que si no hubiera sido tan famosa y tan escritora no habría tenido nada de nada con el susodicho joven, que, además, podía ser incluso guapo y atractivo, aunque ser joven era aquí el mayor plus, lo máximo. Una mujer mayor no puede aspirar, parece decirnos la historia, a que un joven se interese de algún modo por ella si no tiene algún añadido de interés, una trayectoria, un nombre, u

La primera vez que fui feliz

  Hay fotos que te recuerdan un tiempo feliz, que abren la puerta de la nostalgia y de la dicha, que se expanden como si fueran suaves telas que abrazaran tu cuerpo. Esta es una de ellas. Podría detallar exactamente el momento en que la tomé, la compañía, la hora de la tarde, la ciudad, el sitio. Lo podría situar todo en el universo y no me equivocaría. De ese viaje recuerdo también la almohada del hotel. Nunca duermo bien fuera de mi casa y echo de menos mi almohada como si se tratara de una persona. Pero en esta ocasión, sin elegir siquiera, la almohada era perfecta, era suave, era grande, tenía el punto exacto de blandura y de firmeza. Y me hizo dormir. Por primera vez en muchas noches dormí toda la noche sin pesadillas ni sobresaltos. La almohada ayudó y ayudó el aire de serenidad que lo impregnaba todo. Ayudaron las risas, el buen rollo, la ciudad, el aire, la compañía, el momento. No hay olvido. No hay olvido para todo esto, que se coloca bien ensamblado en ese lugar del cerebro

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

Siete libros para cruzar la primavera

  He aquí una muestra de siete libros, siete, que pueden convertir cualquier primavera en un paraíso de letra impresa. Siete editoriales independientes de las que a mí me gustan, buenos traductores, editores con un ojo estupendo.  Aquí están Siruela, Impedimenta, Libros del Asteroide, Hermida, Hoja de Lata, Errata Naturae, Periférica. Siete editoriales en las que he encontrado muchos libros bonitos, muchas buenas lecturas. En Errata Naturae los de Edna O'Brien con su traductora Regina López Muñoz, que está también por aquí. De Impedimenta mi querida Stella Gibbons y mi querida Penelope Fitzgerald entre otras escritoras que eran desconocidas para mí. Ah, y Edith Wharton, eterna. Los Asteroides traen a Seicho Matsumoto y eso ya me hace estar en deuda con ellos. Y los clásicos en Hermida. Y Josephine Tey completa en Hoja de Lata. Y Walter Benjamin en Periférica. Siruela es la editorial de las grandes sorpresas. 

Curso de verano

  /Campus de Northwestern University/ Hay días que amanecen con el destino de hacer historia en ti. No los olvidarás por mucho tiempo que transcurra y esbozarás una sonrisa al recordarlos: son esos días que marcan el reloj con un emoticono de felicidad, con una aureola de sorpresa. He vivido mil historias en los cursos de verano. Durante algunos años era una cita obligada con los libros, la historia o el arte, y, desde luego, de todos ellos surgía algo que contar, gente de la que hablar y escenas que recordar. El ambiente parece que crea una especialísima forma de relación entre los profesores y los estudiantes, de manera que no hay quien se resista al sortilegio de una noche de verano leyendo a Shakespeare en una cama desconocida. Aquel era un curso de verano largo, con un tema que a unos apasionaba y a otros aburría, en una suerte de dualidad inconexa. Sin embargo, el plantel de profesores no estaba mal. Había alguna moderna con ínfulas, que este es un género repetido, y también uno

Slim Aarons: la vida no es siempre una piscina

  El modelo de la vida feliz en los cincuenta y sesenta del siglo pasado bien podría ser una lujosa mansión con una maravillosa piscina de agua azul. En sus orillas, hombres y mujeres vestidos elegantemente, con colores alegres y facciones hermosas, charlan, ríen y toman una copa con aire sugestivo. Esto, después del horror de las dos guerras mundiales, bien valía la pena de ser fotografiado. Así lo hizo el fotógrafo Slim Aarons (1916-2006) un testigo directo y también un protagonista entusiasta, del modo de vida de las décadas centrales del siglo XX, en el que había una acuciante necesidad de pasar página, algo que ni la guerra fría consiguió enturbiar. Como si estuviera permanentemente rodando una película y un carismático Cary Grant fuera a aparecer para ennoblecer el ambiente.  Slim nació en una familia judía de Nueva York y tuvo una infancia desastrosa. No había felicidad sino desgracias y eso se le quedó muy grabado. Luego estuvo en la segunda guerra mundial y allí cubrió momento

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co