"Una cena en casa de los Timmins" de William M. Thackeray


Si la curiosidad os lleva a rebuscar por ahí en la biografía del autor de este libro coincidiréis conmigo en que fue una vida de novela. Corta pero plena de atractivos, colmada de peripecias a cual más extraña, incluso rocambolesca. 

Quizá por eso su personalidad era periférica, poliédrica, divertida, exótica y ditirámbica. Un observador de las realidades desde ese punto de vista casi cómico que te hace sonreír y aun reír, pero que, al fin y al cabo, representa como en un espejo las virtudes y defectos que la humanidad arrastra desde siempre, las componendas, los achaques, las burdas patrañas, las exageraciones...

¿Quién de nosotros no se ha metido en la ingente y difícil tarea de organizar un evento en casa? Una cena, por ejemplo. Miles de detalles que se escapan, intendencia, menú, sillas para sentarse, espacios para fumar, atenciones para todos...

Eso es lo que hace en este delicioso libro (hummm, delicioso, esa es la palabra, comestible, infinitamente dulce, dulce, con esa gotita amarga de la risa irónica, pero tierna) la prota, Rosa Timmins, de los Timmins de toda la vida, de los Timmins que vive en Lilliput Street con su marido, el señor Fitzroy Timmins. Rosa tiene lejanos parientes nobles y eso a ella le llena mucho, le hace la boca agua, por decirlo de una manera gastronómica. Su marido es abogado pero no rico, aunque ella, pobre, ese matiz se le escapa lo suficiente como para perder la noción de la realidad. No es que quiera aparentar, es que se cree que puede hacerlo. Cuando su casa se convierte en el lugar de recepción de la buena sociedad londinense las cosas se complicarán y surgirán problemas y cuestiones antes no valoradas. No basta la buena intención, ni los buenos modales...

Una cena en casa de los Timmins. William M. Thackeray. 2016. Editorial Periférica. 64 páginas, 11 euros. 
William Makepeace Thackeray (Calcuta, 1811-Londres, 1863). Huérfano desde los cinco años, se crió en el Reino Unido. Estudio en Cambridge, viajó por Europa, recibió una considerable herencia y adquirió un periódico. Vivió en París, fue caricaturista y columnista en diversos medios. Dos de sus obras han pasado con justicia a la historia de la literatura: La feria de las vanidades y Barry Lyndon. 

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