Todas las despedidas
Tuvimos una única madrugada. Un único almuerzo. Solo un aperitivo. Solamente una vez visitamos juntos una librería. Solamente una vez compramos libros. Una vez compartimos un taxi. Un único momento paseamos bajo la luz del sol. En una noche húmeda, estuvimos andando breves momentos.
Y, sin embargo, tenemos todas las despedidas. Nos despedimos continuamente. Cada palabra es una despedida. Adiós, hasta luego, adiós, me voy, tengo que irme, adiós, te dejo, adiós, tengo cosas que hacer, adiós, me llaman, adiós, suena el teléfono, adiós, hoy tengo prisa, adiós, hay que salir, adiós, el perro me reclama, adiós, está lloviendo, adiós, tengo mucho trabajo, adiós...Todas las despedidas han sido nuestras. Y nunca comprendemos por qué llegan, qué razón las impulsa, qué motivo. Vienen sin más. En suma, somos una legión de ellas. A cada instante, estamos despidiéndonos.
No te lo he dicho nunca. Tú no lo sabes. En realidad, no existe. Es algo que se intuye, pero que se rechaza, como si fuera un abismo al que caer sin remedio. Es una imagen turbia. No está, no se la espera. No es nada. Pero, ese lazo invisible. Ese hilo fugaz que me conmueve. Esa llamada a veces enmedio de la noche. Esa especie de búsqueda imperfecta. Ese sonido tibio de los ojos. Esa voz, que no existe pero llena. Es un poema que nunca se escribió, que no tiene razón, que no es ya nada.
Hubo un tiempo feliz, ahora lo entiendo. Pero no supe verlo, ni guardarlo, ni conservarlo entero. Lo perdí antes de todo. Destruí sin quererlo su figura tan tenue. Su dulce, extraña, nueva, distinta melodía. Una canción que se perdía en la noche. A través de las redes se asomaba el cansancio. Y yo no lo sabía.
Ya no te busco. No quiero ya entender ningún secreto. No siento ya ternura por tus manos. No busco el espacio entre los sueños. Se me escapa sin verlo lo que eres. No te tengo. No sé. No estoy. No siento. Nada. Todas las despedidas. A cada instante.
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