Cuento de Reyes




(Dedicatoria: a mi madre)

Es una casa baja como tantas que hay en Andalucía. Una casa de una calle especial, la calle de la alegría, llena de sol y de música casi siempre. La casa da a una huerta y, tras ella, la pantalla de un cine de verano, en la que se asoman por temporadas Robert Mitchum, Gary Cooper o Assaf Dayan. La casa tiene casapuerta y azotea. La azotea mira a las salinas y a ella llega un olor a salitre muy peculiar. Allí arriba se secan el pelo al sol las hijas de la casa, largas melenas rubias, morenas y castañas, que se desenredan cuidadosamente con un enorme peine de púas negras.

Es la noche de Reyes. La noche en la que, tras el paso de la Cabalgata, las calles han quedado llenas de pegajosos restos de caramelos. Después del cortejo todo ha quedado en silencio. En la casa duermen todos los niños. Es un sueño a la espera, un sueño leve, que se agita cuando algún pequeño sonido enturbia el silencio de la noche. Todas las casas de la calle viven el mismo compás. En todas ellas andan sigilosos aquellos que, por delegación directa de los Magos, hacen año tras año el milagro de que todos los juguetes estén dispuestos al amanecer. En esta casa están ella y él. Ella es alta y tiene un pelo negro hermosísimo, los ojos color avellana y una gran sonrisa. Él es muy delgado y lleva un personal bigote.

Ella es siempre la persona que cuida de que haya juguetes y regalos en la noche de Reyes. Cuando llega este momento silencioso en el que todos los niños de la casa se duermen a la espera, repasa los objetos que han dejado allí los Reyes. Él suele preguntar qué hay para cada cuál, en un ejercicio de memoria para que ninguno de ellos se quede sin nada, o mejor, para que todos tengan el mismo número de regalos. Éstos son  muy variados. Cada año suele haber niños pequeños y otros más mayores, así que los juguetes varían. Un año hubo un tocadiscos, otro año una guitarra. También bicicletas, siempre muñecas. Llegaron también los muñecos de Famobil y el barco pirata, y los Juegos Reunidos. Llegaron cocinitas y coches.

Junto a los regalos, invariablemente, los "avíos del colegio":rotuladores, lápices, plumas, bolígrafos, plumieres, cuadernos, maletas, mapas... Y, también, siempre, siempre, libros: Allí están Pinocho y Mujercitas, las aventuras de Los Cinco o Los Siete, novelas de misterio y de amor, tebeos, colecciones de historietas, El Principito en no sé cuántas ediciones... Libros en la noche de Reyes que ya desapareció junto con la casa, junto con él y junto con la memoria de ella.

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