Tantos años...
Hay domingos por la mañana en que toda la nostalgia se acumula. Este pasado domingo, húmedo y un poco frío, he dedicado algunas horas a ordenar, arreglar, organizar, libros y papeles. En uno de los extremos de una habitación está una pequeña estantería blanca, vieja y llena de pegatinas de los pokémon. He decidido cambiarla por una nueva, azul, sin pegatinas y más grande. La estantería contiene los tebeos de Mortadelo y Filemón que mi hijo colecciona desde siempre, sus libros más queridos. Cuando ve que estoy cambiándolos de sitio y le cuento que vamos a tirar esa vieja estantería, pronuncia la frase inacabada que da título a esta Entrada: "Tantos años...". A sus diecisiete años, el tiempo que esa estantería lleva en la casa, casi quince, le parecen una eternidad. Pero la frase no habla únicamente del tiempo, del paso de las horas y los días; no, la frase habla también de compañía, de apego, de un objeto que forma parte de su vida. Él no ha aprendido todavía que hay que vivir ligero de equipaje; todavía piensa que una vieja estantería no es un mueble, sino un elemento de su paisaje. Fijaros: los niños y los jóvenes no quieren tirar nada, todas las cosas les parecen importantes, imprescindibles. Somos los mayores los que sentimos que lo fundamental no está en las cosas materiales.
Además, sacar la estantería de la casa y colocarla justo al lado de un contenedor de basura tiene ahora un significado diferente: la estantería pronto va a cambiar de dueño, no va a irse a un enorme centro de residuos, a pesar de que está destartalada, es barata y parece no resistir ya ningún peso. No, la estantería será remozada, arreglada y usada. Lo sé porque, cada mañana, veo venir desde el Charco de la Pava, cruzando las entradas de toda la Triana que da al Aljarafe, a aquellos que, en estos tiempos, esperan en las chabolas junto al río que haya un futuro mejor que no saben siquiera con qué idioma se escriben. Alguien va a recoger la estantería y la va a colocar en el hogar que ha construido con chapas y cartones.
Ese pensamiento me reconforta: sé que este objeto no va a perderse y sé que ese alguien se sentirá contento de poder llevársela a casa. Así que, os cuento, junto a la estantería he dejado algunos libros, libros de los que yo puedo prescindir y que, espero, ese alguien se lleve a su casa. Puede que penséis que es un acto de romanticismo, pero qué va. Como tengo asimilado desde siempre que ningún libro puede tirarse, esos libros que ya no nos sirven y que en la casa nadie va a leer, encontrarán un sitio mejor, un lugar virgen, en la "casa" de esas personas que cruzan el puente por las mañanas, que arrastran sus carritos de supermercado.
Alguien leerá esos libros, estoy segura, y quién sabe si de ellos obtendrá más calor del que nosotros pensamos.
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