Cien años de la marcha del hombre del río
Hace cien años que murió Mark Twain. Hoy, exactamente, 21 de abril. He estado repasando en un especial del periódico El Mundo los detalles de su biografía, de su obra, curiosidades, problemas, sufrimientos e ironías de su vida. Pero, entre todos esos datos, algunos de los cuales no conocía, a los que se añaden las visiones de algunos dibujantes, una de las cuales he reproducido en este blog, la de Ricardo, ha sobresalido en mi memoria el recuerdo de las tardes pasadas leyendo sus libros. O su libro. Porque, aunque los críticos dicen que la mejor obra de Mark Twain es "Las aventuras de Huckleberry Finn" y que "Las aventuras de Tom Sawyer" es solamente un boceto de la primera, no puedo dejar de recordar mi lectura de este último, más aún, mis vivencias.
De igual manera que la infancia de Twain fue la que se recoge en el libro de Tom Sawyer (porque Tom podría haber sido él) en mi infancia hay muchos momentos que tienen presentes el libro y también sus personajes. Todos en mi familia conocen a la tía Polly y, más que nadie, mi madre, que la entendía perfectamente. Criando a nueve hijos es fácil identificarse con la tía de Tom, que mira a los niños por encima de sus gafas porque no son tan importantes como para verlos a través de las lentes. Los hechos, las frases, las bromas, los personajes, todo lo que la historia contiene se enreda en la memoria con fiestas, encuentros y ratos pasados en familia, de manera que se mezclan y ya no sé si Tom Sawyer vivía en mi calle, si era amigo de Enrique (el chaval más gamberro de todos) o si nosotros fuimos, alguna vez, en el barco de vapor a través del Missisipi. El vaporcito del Puerto era el vapor que llevaba a Tom a través del río de los negros. Y los negros de Tom, sus amigos, eran algunas de mis amigas gitanas (Ana Oliva, de la que no tenía ni idea que fuera de una raza distinta, porque, en ese universo de la calle abierta, todos éramos iguales).
Así que los críticos pueden decir misa, pero Tom está por delante de Huck para mí. Y Huck, eso sí, es el amigo cierto de Tom, el amigo noble que no lo abandona y que, por ser de la calle y vivir en la calle, no está contaminado con lo malo de este mundo porque, si hace algo malo, lo hace para sobrevivir y sin más intención de continuar con su vida a pesar de todo.
He leído que, como Tom, Mark Twain fue un niño huérfano, a quien la vida junto al río y la escritura salvó de la tristeza total y del abandono. Como él creo en que escribir nos salva. Y que los libros abren una puerta que, de otro modo, es imposible traspasar. Algunos los escriben, otros los leen, pero la puerta es la misma.
Ahí véis a la tía Polly, sentada en su mecedora, mirando por encima de sus gafas, vigilando que los niños estén tranquilos en casa aprendiendo sus oraciones. Y ahí está Tom, que, en su alma de niño solo, ha encontrado un asidero: un barco sobre el que surcar los mares de la vida.