Una rima asonante


 Hay días que empezaban en forma de milagro. Un mensaje, una llamada, podían convertirse en el motivo esencial para sentirse viva. Si pierdes la ilusión, lo pierdes todo, pensaba muchas veces. La pérdida tiene en ocasiones un sentido total, una fuerza inusitada, y el vacío aparece lleno de nostalgias, que no es melancolía, sino pena, la pena grande de la que habla la soleá apolá. De modo que había días más luminosos, en los que se avecinaba un almuerzo o una cena distintas. Y el rito tenía su sentido. El rito de escoger la ropa, de cuidar el peinado, de atender al maquillaje. Todo iba dirigido a resultar lo bonita, lo guapa, lo atractiva que la ocasión requería. Y era un gran logro cuando se acertaba y una brutal contrariedad cuando metías la pata. Pero las miradas se cubren de significados distintos cuando esperas que alguien te mire y te vea, te contemple de verdad, te perciba en tu integridad, te conozca de algún modo. Eran días de esperanza y tardes de espera, que parece lo mismo, pero que no lo es. Daba igual que lloviera, que hiciera frío o calor, que estuviera cansada o despierta, que tuviera miedo o dolor. Daba igual todo excepto la posibilidad del encuentro, la llama que surgía, el cruce de miradas, las sonrisas, quizá las risas si la cosa subía de tono. No había nada más que eso, pero era nada menos. Porque hay historias que solo se escriben de una manera y que nadie entiende sino quien la vive. Claro que él no entendió nada, pero tampoco era eso importante. Durante unos años, unos pocos, después de la terrible oscuridad, una luz alumbró. Y esa luz rimaba en asonante

(Imagen: Selfie)

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