Sí. Necesitan más ayuda.
La foto de Saiz es un pelotazo. El niño armado con su escobón o con su mopa, equipado con sus botas de agua y sus pantalones jogger, parece un caballero andante, un soldado en ebullición, un héroe. Los niños viven las tragedias de una manera especial. No se les borran nunca de la mente pero las conservan envueltas en celofán, un papel transparente que no deja pasar el auténtico dolor, la rabia y el miedo que tienen los mayores. El niño chapotea sobre un suelo árido, sucio, lleno de restos, de inmundicias, contaminado de peligro. Hace todo el esfuerzo posible porque desaparezca lo malo, emulando esa tarea de los seres humanos cuando algo rompe el equilibrio, la sagrada vida cotidiana, la esperanza. La alegre rutina de los días, la de las meriendas, los días en el colegio, las tardes de videojuegos o las horas de fútbol. El niño lo ha aparcado todo, lo ha situado todo en un cajón que quizá se han llevado las aguas. El agua, que es tan amiga y tan enemiga a veces. Al fondo de la imagen está la gente. Parecen desconcertados, nerviosos, incluso asustados. No les vemos las caras, son solo figuras en una coreografía que nos deja perplejos, que nos interroga, que nos abruma, que nos deja exánimes. No hace falta preguntar nada para entenderlos, para saber qué pasa, qué sucede, qué están pensando.
Sí. Necesitan más ayuda.
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