Dejé pasar el autobús


 /Richard Estes/

Anoche soñé contigo. Era un sueño extraño, quizá como todos los sueños. Éramos muy jóvenes o tal vez no. Tal vez tenía el aire indeciso de lo onírico. Una cosa rara sin duda. Estabas allí y me esperabas. Exactamente igual que entonces, que aquellos días. No sé si fueron breves, si fueron muchos días, pero existieron, eso sí lo sé. Y me cuesta recordar los detalles, me cuesta sentirme como entonces, pero hay un ramalazo, una especie de espiral risueña que me hace recordarte como eras entonces. Leyendo lo que no debías y anotando cosas en mi libro de francés. Qué curioso todo. En ese sueño estaba nuestro Manderley, que tenía formas diversas: la biblioteca, el patio, el aula, el pasillo, el parque Genovés, la calle, una cabina de teléfono, tu casa, la casa de mi tía, el autobús que conducía a Alicante, el carnaval, el barco para ir a Mallorca, el castillo, la gran discoteca, el hotel, la piscina, los ojos azules, el vestido malva, el jersey amarillo, la minifalda, la melena al viento, los besos. Fueron tan escasos, tan pocos esos besos, tan distantes unos de otros, o quizá no, quizá fueron una riada de besos, una cascada de abrazos, eso sí, recuerdo de pronto los abrazos y me conmueven. Me conociste. Tanto. Y nos reímos. Y, a pesar de todo, somos y fuimos tan distintos. Y yo estaba tan asustada. Y tenía tanto miedo. Y no llegué a la parada del autobús. O no. No. No fue así. Llegué a la parada y me marché antes de que llegara el autobús. O llegué a la parada y no subí al autobús. No lo recuerdo, no lo tengo claro. Solo sé que dejé pasar el autobús. Lo siento. 

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