Junto al puente
Durante algunos años viví muy cerca del puerto de los Remedios. Primero lo hice en la antigua calle Turia, en la misma esquina que daba a la fábrica de tabacos. Los Remedios es un barrio que me encanta porque aquellos años fueron fastuosos, cada día descubría cosas y gente nueva y tuve ocasión de contemplar historias asombrosas. Luego he seguido yendo y sintiéndome como en casa, incluida una etapa de primavera que terminó cuando todos los renacimientos se encerraron. Después, mi cercanía con el puente sucedió en Pagés del Corro, casi esquina con Génova, a un paso de la Plaza de Cuba. Y la Plaza de Cuba ha sido testigo de felices encuentros, de aventuras increíbles, de juegos amorosos, de vida. Allí las horas tenían explicación. Nuestra terraza de Pagés del Corro contemplaba la Giralda y en las noches de Reyes veía pasar la cabalgata del Ateneo. Desde hace mucho soy una ateneísta de a pie, sin cargo, sin encargos y en el anonimato. En esa foto, con un jersey que claro está conservo, estaba embarazada, debía de ser otoño y tenía que ser feliz como nunca antes ni quizá después. La felicidad traspasa la fotografía, se percibe, se adivina, se huele, se abraza. Al otro lado de la cámara estaba, cómo no, la dicha más completa.
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