Escribir por amor al arte
Los publiqué en una revista cultural digital llamada The Cult (hoy Cualia) a la que yo había llegado por invitación de su director. Le dediqué muchas horas a escribir en esa revista, no solo lo referente al libro citado, sino también a temáticas de educación, actualidad y cine clásico. Fueron muchos artículos y todos ellos han desaparecido de internet porque, en un momento dado, y sin mediar aviso alguno, el director decidió suprimir la revista, crear otra y no conservar los materiales anteriores. Tuve que preguntar para ver qué pasaba, porque no se dignó ni siquiera decírmelo. Al final reconoció que en la nueva revista solo estarían los que él consideraba amigos.
No es la única revista en la que he escrito de forma altruista, pero sí la que peor se portó conmigo y menos respetó mi trabajo. En el mundo del flamenco fui muchos años redactora fija de Sevilla Flamenca y he colaborado en otras revistas del mismo tema, como El Olivo, La Alboreá, La Nueva Alboreá, Candil, El Zoco Flamenco. También revistas educativas como Organización y Gestión. O en revistas culturales como EntreRíos, Litoral, Culturamas. Hay más por ahí pero no lo recuerdo ahora, tendría que levantarme a mirarlo y, como Umbral, no creo que haga falta añadir más datos. Me gusta mucho el ambiente de las revistas y he creado o ayudado a crear algunas de ellas, como La Revistilla en mis tiempos de maestra o como Cuadernos del Aljarafe y Ámbito. De esta última hay una triste anécdota. Se trata de una revista muy bien hecha y con colaboradores de primera y diseño genial. Debe estar, si no se la ha llevado el camión de la basura, amontonada en cualquier desván de un organismo oficial que, después de pagar, se negó a que saliera porque el mandamás, de triste recuerdo y al que no nombraré, le pareció que era demasiado buena.
Eso pasa porque escribimos en las revistas sin cobrar. Así llevamos años, por lo menos mucha gente. Nos gusta tanto escribir que no nos importa que no haya beneficio económico para nosotros. Pero cometemos el error de regalar nuestro trabajo y de quitarle, por ello, valor. Encima hay quien ni siquiera agradece ese regalo, como se deduce de mi relato anterior.
Vale que amemos la literatura pero si no valoramos lo que hacemos y no le ponemos un precio, entonces estamos perdidos.
Ahí van algunas portadas de The New Yorker, la única revista en la que, ahora mismo, escribiría sin cobrar. O quizá tampoco. ¡Cuánto tiempo perdido en cosas que han beneficiado a otros1 ¡Qué error, qué gran error!
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