El milagro de los días lentos
En la playa había toda clase de artefactos marinos. Y con algunos de ellos hacíamos una especie de artilugio para atarlo a las chanclas de goma. Sonaba al caminar y daba la impresión de que llevábamos tacones. Todas queríamos llevar tacones cuanto antes. En los días lentos del verano una de las distracciones era entrar a escondidas en los dormitorios de los padres. Aparecían oscuros, con las ventanas corridas y una sensación de frescor que llamaba la atención. En las cómodas había algunos cajones que nos interesaban y sobre ellas los cacharros de la belleza, la crema, el lápiz de labios, el cepillo del pelo, un espejo, un bote de colonia. Ese territorio prohibido había que explorarlo en los momentos más inesperados, para que las madres no nos sorprendieran y el juego se acabara antes de tiempo. Y luego venían las confidencias, porque había madres de todas clases incluso las que tenían en la mesita de noche los versos de Gustavo Adolfo Bécquer.
(Pintura: Joaquín Sorolla)
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