Ir al contenido principal

Hubo veranos felices

 

Cuando llega el verano, repaso las fotos de hace unos pocos años y vuelvo a revivir las sensaciones de entonces. Me doy cuenta de que hubo veranos felices. Un tiempo en el que la llegada de las vacaciones producía un cosquilleo de placer y en que había disfrutes que ahora se han perdido. Estaba la mar, la playa, los eclipses de luna en sus orillas. Estaba el cine de verano. Estaban las terrazas de los bares hasta las horas tantas. Y la familia. Los días con la familia. Las visitas a los primos. La llegada de amigos. Estaban los hoteles con sus enormes piscinas y el cuerpo todo el tiempo metido en el agua. Estaban los recorridos en coche, los festivales flamencos, las horas destempladas de la madrugada recibiendo el día con una mezcla de euforia y serenidad. Muchos veranos felices, muchísimos, casi todos hasta hace poco, hasta que el viento negro te llevó y luego, tras un pequeño paréntesis, todo se hizo confuso. Hubo veranos felices. Las fotos no pueden mentir. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al otro lado de la calle

  Un septiembre cualquiera. Los septiembres son los meses que abren las puertas del amor. No pueden hacer otra cosa. Significan el comienzo y el final. Hay cosas que terminan y otras que nacen nuevas. Es el mes de la indefinición. Nos confunde. El septiembre cualquiera estaba la plaza casi vacía y estaba casi vacío el café y había un aire de misterio en todo, de forma que, si posabas la mano sobre el sillón de mimbre, la electricidad te convertía en ave. Volabas. Al otro lado de la calle estaba él. Venía andando a buen paso, pero con elegancia, como si toda la vida se hubiera preparado para ese único momento. Cruzar la calle, pararse en el semáforo, sortear un seto apagado y llegar delante de ti, sonreír un poco, no demasiado, hablar con voz muy baja, sentarse y esperar.  ¿Tú qué sabías de él? dices ahora. Nada. Es la respuesta. No sabías nada, salvo que tenía un andar caballeroso, salvo que hacía calor, salvo que era septiembre, salvo que era la primera cita. Una primera cita de media

Jane Austen en el cine

  (Fotograma de "Persuasión", 2022) Hasta treinta y cinco adaptaciones al audiovisual existen sobre las novelas de Jane Austen, sin contar las que se dedican a su vida. De ellas, veinticuatro son versiones de cine, televisión y plataformas que podríamos considerarse canónicas y otras once se dedican a rarezas. Dejaré de lado estas últimas y dedicaré esta entrada a las versiones de Jane Austen al cine. Lo haré por orden cronológico, ya que de ese modo se ordena mucho mejor y, además, se puede ver el momento de más auge de esta tendencia.  *Más fuerte que el orgullo fue el título en España de la versión de Orgullo y prejuicio de 1940, nacionalidad estadounidense, dirigida por Robert Z. Leonard y protagonizada por Greer Garson y Laurence Olivier, dos estrellas del momento. Blanco y negro.  *En 1995 se ruedan dos películas, dedicadas a novelas de Austen. Persuasión, dirigida por Roger Michele e interpretada por Amanda Root en el papel de Anne Elliot y Sentido y sensibilidad, de A

En septiembre

  Desde que tengo uso de razón (qué hermosa expresión es esta) todos los septiembres han sido esperanzadores. Sin esperanza puede haber vida, pero es una vida peor, una vida plomiza y demasiado cansada. Mi palabra favorita es "esperanza" lo mismo que Esperanza era el nombre favorito de mi padre. Ninguna de sus seis hijas se llama así lo que quizá nos demuestre cómo fue un hombre cargado del peso de las sombras, aunque merecía la luz.  Septiembre. El comienzo del curso escolar es lo mismo que tirar a la basura el pasado, los amores vencidos del verano, los dolores viejos, el aburrimiento de los paseos en soledad, el llanto en las azoteas, las llamadas de teléfono insulsas, las vacaciones que nunca salen en las revistas del corazón, la relación familiar (a veces, tan difícil),  Eternamente alumna o profesora, septiembre trae cambios de casa, cambios de trabajo, cambio de compañeros, cambio de curso, cambio de ciudad, cambio de vida. Ese es el cambio necesario, el que aligera el

"La carta" de William Somerset Maugham

La carta William Somerset Maugham Traducción de Carlos Mayor Pequeños Placeres. Ediciones Invisibles Tercera reimpresión julio de 2024. 93 páginas Se lee de un tirón. No solo porque es una historia corta, sino porque es apasionante. Somerset Maugham es un escritor de fuste que no está de moda. Pero nadie como él para retratar personajes y crear ambientes. Lo ves mientras lo cuenta. Los ves mientras los describe. Es increíble cómo el libro te lleva de la primera línea a la última sin reparar en ello. Esta clase de libros me gustan. Crean hábito y proporcionan placer.  La historia es bien conocida y seguramente has visto la película. Pero no se trata de saber qué pasa sino de la forma en la que Somerset lo cuenta. La parte final, con la metamorfosis de la protagonista, es genial. Aunque hay giros argumentales que no se recogen en el film, hay que decir que la película es una pequeña obra maestra y que está muy bien adaptada, cosa que no siempre es fácil. William Wyler, que siempre quiso

Spoiler

Grace Kelly lee el Harper´s Bazaar y engaña así a James Stewart, porque la moda es para él algo ajeno y prefiere la aventura. Ella está enamorada pero no puede evitar dejar a un lado una revista sobre el Himalaya y volver al paraíso del lujo y del glamour. Esa es la mirada que identifica el placer de contemplar cosas bonitas. En La ventana indiscreta , la película estadounidense de 1954 dirigida por Alfred Hitchcock, basada en el cuento de 1942 It Had to Be Murder, de Cornell Woolrich , que ambos protagonizaron, no hay lugar para el spoiler, más bien todo lo contrario. Desde el principio sabemos que hay un crimen y un asesino. La única duda es cuánto tiempo tardarán en convencerse los demás. Y hay otra duda, no menor, que reside en descubrir por qué James Stewart no se da cuenta de que está enamorado de la chica y de que no necesita que ella gane un premio de alpinismo para poder ser felices. Un hombre empeñado en no ser feliz es un hombre peligroso que va a terminar solo o

Montmartre, por favor

Nadie está solo si se sienta en Montmartre y abre un libro. En cualquiera de sus cafés de color rosa puede encontrarse el motivo para descubrirse. Estoy aquí, he venido y sé que ahora esta paz me rebosa. Todas las mesas se llenan de libros y personas. Y las ventanas verdes de madera se abren por tiempo indefinido. Nadie sabe cuándo se cerrarán, nadie lo sabe. No hay fechas, ni anuncios, ni aviones que sobrevuelan, ni huelga de pilotos. El suelo está hecho a base de paciencia. Legiones romanas cruzaron las calles y colgaron de cada casa un refrán. Están todos convertidos en sentencias imposibles.  Acuérdate de aquellos días. Era septiembre. Un septiembre más crepuscular, con horas más tardías y sueños más tempranos. Ese vestido a rayas y ese sombrero gris, con el tono de la perla natural que solo se encuentra en las islas más griegas. Acuérdate de las miradas. Tersas miradas sin ocultaciones. Miradas que esbozaban sonrisas. Gente que nos miraba. Nos mirábamos. Recuérdalo. Era se

"Emma" de Jane Austen

"Emma" es uno de mis libros más queridos. La obra maestra de Jane Austen es una novela compleja, delicada, dura y divertida. No es nada fácil definir con acierto, sin pinceladas gruesas sino con trazo fino, a toda una comunidad de personas que habitan en un entorno rural, cerrado y con un continuo cambio de sentimientos en unos y en otros. "Emma" es una montaña rusa, todo lo contrario de un mundo pacífico. No hay aburrimiento en su desarrollo ni hay desliz en su desenlace. Todo funciona a la perfección, como un mecanismo de relojería que estuviera engrasado al máximo. Es, lo repito, una obra maestra.  De vez en cuando releo algunas de sus páginas. Puedo decir que la conozco como si yo misma perteneciera a la estrecha sociedad de Highbury o fuera una visitante privilegiada de Hartfield, el hogar de Emma. Las características de su carácter me producen la sensación de que Miss Austen era mucho más adelantada a su tiempo de lo que suponíamos por sus otros libros

La visita de la Princesa

El 21 de noviembre de 2008 no hubiera creído que, cinco años y medio después, nuestra visita de ese día se convertiría en Reina de España. Pero así es. Y, por ello mismo, los ecos y los recuerdos, las imágenes, las palabras,todo adquiere una nueva proyección, una actualidad, un interés distinto. Por eso, comparto con vosotros lo que fue aquella visita, lo que la motivó y cómo se desarrolló. Algo que, hasta ahora, no he contado nunca.  La invitación partió de mí misma. Nada de organismos oficiales, ni Ayuntamiento, ni Junta de Andalucía. Pura y llanamente una idea que surgió cuando las obras de nuestra preciosa biblioteca, por fin, estaban listas. En aquel momento dije que la idea me la habían sugerido unos alumnos, pero no era verdad. Quise evitar protagonismos desde el primer momento.  La invitación fue sencilla. Una carta dirigida a la Zarzuela. Nada más. Sin enchufes ni recomendaciones. La respuesta a esa carta me hizo entender que era más fácil comunicar con la Casa Real que c

En la noche de la Nochebuena...

La Noche de Antonio da Correggio. 1530. Óleo sobre tabla. Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde Cuando era niña vivía una Navidad llena de ritos, significados, música y adornos. Mi padre llenaba la casa de lazos, de guirnaldas, de muñecos y de regalos. Parecía una casa americana, de las que salen en las películas, toda llena de verde y de rojo, de musgo, de poinsetias, de caminitos, puentes y norias. El árbol y el nacimiento, los dos sin discusión alguna, cada uno en su sitio y en su papel. Y mi madre se encargaba de que los Reyes Magos llegaran cargados de juguetes. Buscaba desde meses antes aquello que a cada uno nos iba a gustar más. Preguntaba, indagaba, era una detective de los monarcas y, llegado un momento, también de Santa Claus. Una emisaria perfecta. Libros, juegos, mochilas, música, ropa, chucherías...¿cómo llamábamos a los caramelos, los bombones, las monedas de chocolate, los cigarrillos de mentira, los reyes que se comían? Ah, sí, la rebujina. La rebujina estaba junto

La Caleta y un abrazo

  En un tiempo comprábamos fruta y nos íbamos a La Caleta a mojarnos los pies, a darnos chapuzones riendo. Llegábamos andando desde la calle José del Toro y las dos llevábamos bañadores de cuadritos y sombreros de paja. Las pelotas, las palas, los cubitos, las muñecas, todo junto en la bolsa grande que llevaban los mayores mientras nosotras andábamos a saltos. Siempre andábamos a saltos.  Cuando los años pasaron, esos días se asentaron en la memoria como sucede con todo el tiempo en que uno es feliz pero imágenes nuevas fueron cambiando el recuerdo y en los miradores del balneario de la Palma estaban también los abrazos, los abrazos jóvenes, los abrazos nuevos, la antesala de los besos y los encuentros prodigiosos. Aquel muchacho tenía los ojos azules, era listo, compraba revistas prohibidas y hablaba de la política que entonces nadie comentaba. Leía libros y tenía un aire bohemio que nunca perdió y se reía de las cosas con el ingenio y la compasión de la gente inteligente. Cruzamos ju