Camarón de mi isla

 


¡Salinas de San Fernando!

Agua quieta en los esteros

¡Cómo huele a yodo cuando se van

los charcos secando

con los calores primeros!

(José María Pemán)


Y ya estarán los esteros

rezumando azul de mar

dejadme ser, salineros,

granito del salinar.

(Rafael Alberti)

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Antonio José y Miguel Poveda cantan uno de esos temas de Dúos increíbles. A mí me gustan muchísimo los dos. Poveda acaba de sacar disco con temas de Lorca y Antonio José tiene carisma y voz. Mientras que los escucho cantar escribo esta entrada de mi blog en una mañana gris de verano, la clase de mañana fresca y neblinosa que a mí no me gustan nada y que nos traslada a París. Esto no es París, no tenemos segunda vuelta de elecciones legislativas el domingo, no somos tampoco Londres, ni hay un primer ministro nuevo, no, esto es Triana y mi terraza está abierta hacia la plaza. Una plaza que la desidia ha convertido en un secarral: los mecanismos del riego no funcionaban y nadie de parques y jardines se ha dado cuenta hasta que todo está seco, absolutamente seco. Cada vez que miro por las ventanas y veo esta sequedad me cabreo con la administración, con su inoperancia y con la indefensión de los ciudadanos. Perder un jardín es un delito contra la vida cotidiana. 

Estos días hace años de la muerte de Camarón. Se fue de la vida cuando yo prácticamente empezaba en esto del flamenco. No a escucharlo, claro está, sino a escribir y a investigar. Mi padre cantaba de lujo, aunque, como todos los artistas anónimos, se negaba a hacerlo casi siempre. Mi madre, en cambio, era una mujer de la copla y se sabía todas las letras aunque se le iba el soniquete. Pero el aprendizaje estaba ahí y reto a cualquiera a reconocer cualquier cante, cualquier copla. 

Ese año 1992 estuve de jurado en La Unión y le dimos merecidamente la lámpara minera a Jesús Heredia que sigue cantando, oh, felicidad. El año siguiente ganó Miguel Poveda y se montó el escándalo, por un año no coincidimos. El verano del 92 se levantó con la noticia de la muerte de Camarón y en "Sevilla Flamenca" sacamos un número especial e inmediato y lo presentamos en La Isla y allí hubo polémica y tributo, todo a la vez. Allí estuvimos Manolo Herrera, Luis Caballero y yo misma. Y también en La Unión coincidimos Luis Caballero y yo, por la generosidad de nuestro común y trianero amigo Emilio Jiménez Díaz. Qué tiempos y qué gentes!!!


Los días de la muerte de Camarón y de su entierro convirtieron a La Isla en el centro mundial del flamenco y muchos chavales entraron entonces a confirmar su fe flamenca, su filiación camaronera, entre ellos mis propios sobrinos, músicos de vocación y de origen, que forman parte de ese universo partidario en el que todo lo de Camarón es ley. Salió poco después el libro biográfico de Enrique Montiel, que puso negro sobre blanco en cuanto a lo que el artista fue y significaba, de modo que comenzó a construirse una leyenda que ya tuvo sus primeros cimientos durante su corta vida. Como los grandes del rock y del pop que destruyeron su presencia en la tierra y la cambiaron por una vida eterna plagada de símbolos, lo de Camarón no ha dejado de crecer, como allí mismo vaticinó Montiel en charla encarnizada con Luis Caballero. En realidad, ambos representaban los dos mundos en que el flamenco se dividía entonces: camaroneros y mairenistas, los fandom de los que dictaban la propuesta. Hoy, el mairenismo es reliquia arqueológica y Camarón sigue volando, aunque no lo parezca. O sí. 

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