La suerte de Meryl Streep



Meryl Streep cumplirá en junio próximo los 75 años y pocas veces puede encontrarse un caso tan definitivo de artista bendecido por el público y la crítica. Y no es un regalo, sino algo merecido porque Meryl es, seguramente, la mejor actriz de los últimos cincuenta años y entre sus interpretaciones hay verdaderas joyas. No siempre, sin embargo, el valor asegura el reconocimiento, pero en su caso la suerte se ha aliado con ella y a estas alturas de su vida está recibiendo los premios que merece, el aplauso y el cariño que merece, el agradecimiento, la calidez del público y de la crítica. Debe ser reconfortante y seguro que ella lo agradece a su vez. Estuvo en Oviedo el año pasado para recibir el Princesa de Asturias y resultó encantadora a todos y nada de impostura sino naturalidad a raudales. Ese es también su secreto para actuar tan convincentemente. Tiene un extraño atractivo que se basa en una belleza sencilla, en una mirada espectacular y en un estilo personal y muy lleno de sí misma. Hace lo que quiere con su atuendo y es capaz de resultar la más elegante y la más barriobajera. Llena la pantalla y resulta creíble. Sufrimos y reímos con ella, cantamos con ella y, a pesar de que se lleva a los chicos más guapos, se lo perdonamos todo. Lo mejor es que su larga trayectoria no la ha conducido al olvido o la precariedad artística, que su vida en el cine está teniendo las recompensas que un gran artista debería siempre tener, y que sus 75 años están plagados de abrazos, besos, amigos, contratos, viajes, premios y homenajes. Nadie debería trabajar toda su vida de una forma tan espectacular, elegante y certera sin recibir todas estas compensaciones. Es muy triste pasar sin pena ni gloria por la vida cuando te has entregado en cuerpo y alma. Felicidades, Meryl. Y, pronto, a La Croissette, que Cannes también va a rendirse a tus pies. 



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