“Llegamos por ti a Sevilla...“

 


La suerte quiso que cuando decidí volar llegara a La Puebla del Río. Con mi título de maestra y muy pocos años, apenas experiencia y todo el día ocupado. La Puebla es el reino de la música, todas las músicas navegan por sus calles, se asoma a su río, que es el río de todos en Andalucía, traspasa el camino hacia Huelva por el Coto Doñana y, en suma, llega a ser sinfonía. Mis años en La Puebla me convirtieron en una eterna admiradora de su compás, su ritmo, sus cantes. Sueño con esos años y veo las calles de La Puebla, con el suelo lleno de jazmines y de ramas de olivo, con olores especiales que vuelven una y otra vez a mi imaginación, con miradas y sonrisas que nada borra. Las cosas que salen en tus sueños son las que permanecen en ti y por eso, de todos los lugares en los que he estado, siempre es La Puebla la que aparece, porque fue un paraíso, porque fue el paraíso y porque, aunque me fui, nunca me marché. 

Irme a los cuatro años de llegar forma parte de mi permanente plan de huida. Las huidas permanentes en busca de algo invisible y desconocido, las carreras continuas, ese ir y venir a la espera de algo que no llegaba para descubrir, pasado el tiempo, pasados los tiempos, que lo que buscaba estaba dentro de mí y que la insatisfacción que he sentido siempre no se corregía con nada externo, simplemente hubiera bastado pararme y oírme a mí misma. Lo que tanto deseaba tener, lo que echaba de menos, lo que buscaba desesperadamente, estaba dentro de mí y sigue estándolo. Eran las palabras. Era la escritura. Eso es lo que siempre permaneció agazapado, sin llegar a descubrirse como la gran meta, el gran objetivo, la gran necesidad, el gran talento, la vida misma. Si lo hubiera sabido antes... pero corría tanto, reparaba tanto en el exterior pensando que ahí estaba la solución, que no me di cuenta hasta que la vida me obligó a detenerme, nos obligó a todos. Me perdono por eso mis repentinas escapadas, me perdono mis errores, me perdono el no haberte dicho adiós, me perdono pero he de vivir con esta sensación de tiempo perdido, de años estériles, de tierra yerma. 

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