Días de libros sin rosas



Hubo un tiempo, creedme, en que yo era visible. Tenía incluso cierto status, un buen cargo, gente que me hacía la pelota continuamente y algunos que, me parece, sentían de verdad algún aprecio. También la legión de envidiosos, pero esa me ha acompañado siempre, son, en realidad, mis queridos envidiosos de toda la vida. 

Tenía, sobre todo, una persona a mi lado con la que compartía el territorio salvaje de la vida, lo inexplorado y lo seguro. La persona murió y entonces yo me convertí en invisible. Nunca más he tenido esa luz que me adornaba cuando estaba segura de las cosas y no tenía más miedo del normal. Después de su muerte llegó la pandemia y todo se tiñó de un terror de película de catástrofes, un Aeropuerto de grandes dimensiones. Si él hubiera estado todo habría tenido un desenlace diferente pero a su ausencia se unió la incapacidad de reaccionar a un entorno hostil y desconocido. La invisibilidad ha pasado a ser mi santo y seña. 

Hubo un tiempo, creedme, en que el Día del Libro tenía para mí un significado muy especial. Vagabundeaba por las librerías, las recorría físicamente, andaba por ellas, caminaba a paso firme, me movía entre las estanterías. Nadie sabe el valor que tiene ese merodeo hasta que lo pierde, hasta que deja de ser una persona visible en el mundo exterior y pasa a convertirse en alguien que teclea en un ordenador. No es lo mismo comprar un libro on line que comprarlo en una librería incluso en un gran centro comercial. Había algunos dependientes de librerías que sabían mis gustos, tenía una librería de referencia con una cuenta anual que me llenaba la casa de libros y no me perdía nada. Pero, sobre todo, ese contacto físico con el exterior, con los establecimientos y las personas, eran un complemento necesario primero para compartirlo con él y luego para paliar su pérdida. Cuando murió fui perdiendo cosas, perdiendo supuestos amigos que ya no tenían nada que sacar y se marcharon, perdiendo supuesta familia política que no tuvo el menor interés por estar en el naufragio, perdiendo muchas cosas, ritos, horas, abrazos, cariño, besos, viajes,  regalos, vida. Pero la pandemia terminó por cerrar el círculo y la invisible realidad se impuso para todo. 

Hoy, el Día del Libro solo significa para mí pasado. Si alguna vez llega el momento en que pueda recorrer sus orillas como antes, entonces quizá este combate no lo haya perdido del todo. 

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