Los nuevos ricos

 


Mi madre siempre me gastaba bromas con este tema: se imaginaba que compraba una lotería que nunca compraba y que le tocaba el premio gordo. Entonces nos hacíamos súper millonarios. No cuantificaba la cantidad sino que era "muchísimo dinero". Una pasta gansa, dirían Mortadelo y Filemón, que son dos pero como si fueran uno solo. Tela de dinero, dinerísimo. Ella fantaseaba entonces lo que haría con todos esos billetes y cuánto gastaría en esto y en aquello, de modo que aquella fantasía era alimenticia del espíritu y muy satisfactoria porque te permitía convertirte, incluso, en empresaria, mecenas o en benefactora de casi todos. 

Invariablemente la cosa terminaba preguntando qué me parecía todo aquello y mi respuesta siempre era la misma y con la misma sinceridad siempre: no quiero ser una "nueva rica", qué vergüenza. Y lo decía en serio y no por hablar sino porque pensaba que era bochornoso aparecer de pronto convertida en alguien que no eras y todo porque los billetes te permitieran acceder a lo que hasta ahora no habías logrado llegar. Yo veía claro que todo el mundo iba a criticar esos nuevos modos y que esa crítica iba a ser inmisericorde porque buena es la gente. No hay quien pierda la oportunidad de largar contra otros con motivo o sin él. En esto yo, que en esos años aún no conocía a Jane Austen, mostraba el escepticismo propio de la escritora y de la anciana que teje junto a la chimenea mientras descifra asesinatos, esto es, otra Jane, Jane Marple. No quería ser una "nueva rica", sino una "pobre de toda la vida". 

El concepto ha cambiado mucho y también yo. Ahora no me importaría que el dinero me sobrara y menos aún que se pregonara a los cuatro vientos. Vista la utilidad del vil metal qué menos que utilizarlo para tapar agujeros y para convertirme en una bonne vivant, una incompetente cualquiera sentando cátedra, con un núcleo numeroso de oyentes admirados de mi poder adquisitivo. Pero hay otra acepción del término "nuevo rico" que se abre paso a toda velocidad y que revela cómo la posesión de dinero, o de poder en este caso, no lo convierte a uno en sabio, listo, inteligente, culto o ingenioso. Más bien es lo contrario, porque la poca sensatez aliada con el mucho poderío puede convertir cualquier asunto en un absoluto desastre. Los políticos, por ejemplo, que juegan con nosotros a su antojo y que no se enteran nunca que tienen un sillón provisional en el que están un tiempo provisional y desde el que manejan cosas que no les pertenecen. Por ejemplo, el dinero de los ciudadanos. O su bienestar. O su salud. O cosas importantes como la cultura y la educación. 

El caso es que los nuevos ricos de hoy, ya sin comillas, son precisamente ellos, los políticos y sus adláteres, los agradaores de la política, que mangonean sin reservas y que se las dan de que saben de todo cuando, en realidad, pintan menos que Jacinto en la boda, que era el novio y lo echaron. Ejemplos de que su falta de saber da lugar a catetismos sin cuento, a valorar más lo foráneo solo por ser de fuera, o a elogiar lo que tiene más nombre solo por tenerlo, los vemos cada día a montones. Para qué dar más explicaciones? Quién quiera entender, que entienda. 

Comentarios

Entradas populares