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Virginia se corta el pelo

 


En enero de 1927 Virginia terminó "Al faro" y un mes después se cortó el pelo. Lo cuenta su sobrino Quentin Bell en la biografía que escribió de ella con el beneplácito de su viudo Leonard Woolf, veinte años después de que ella se deslizara en el río en 1941. Los bolsillos llenos de piedras, el caminar lento y el rostro cansado, así la imagino en ese corto itinerario de despedida íntima. Pero en 1927 todavía las cosas eran algo distintas, no demasiado, desde luego. Dos años después publicaría "Una habitación propia" recogiendo las conferencias que había ido dando durante el año anterior. Pienso en el efecto de esas charlas sobre las alumnas que la escuchaban en los colleges y universidades por las que ella pasaba dejando caer, como un puñado de pétalos sobre el asfalto, sus ideas acerca de la escritura y acerca de las mujeres. Leyéndola, parece que ambas son la misma cosa y que toda mujer está hecha para escribir en algún momento. 

Le tengo mucho respeto a Virginia y se me escapa todavía. Su vida fue tan fastuosamente llena de acontecimientos como de enfermedades y muertes. Una familia extraña y un modo de ser que no se conformaba, que no se adaptaba, que no se adecuaba, a pesar de que, sobre el papel, eso tendría que haber sido tremendamente fácil. Tenía el talento y el ambiente. Pero no fue suficiente. Siempre tengo la sensación de que las cosas le sobraban y que en ella misma había una carencia esencial que la escritura convirtió en arte poco a poco. Es una especie de punto y aparte en la literatura pero no creo que a ella le gustara ser solo un icono feminista, un símbolo, un referente de la mujer ansiosa que quiere ser reconocida y que habla a las demás de lo que deben hacer. La cosa era más profunda, me parece, y difícil de asir y de entender. Eran tiempos difíciles y profundamente angustiosos. Creo que ella siempre vivió angustiada y solo quería descansar. Por eso se suicidó. Es importante sentirse en paz, sentir la paz y si no lo logras, entonces la vida es una pesada carga. Aunque seas Virginia Woolf y tengas de casi todo. 

Esto no quiere ser una reseña de "Al faro". A estas alturas todo el mundo que quiere saber de ella la ha leído y conoce a Virginia y su trayectoria. Es, más bien, una nota sobre la novela que bien podría colocarse en la puerta del frigorífico con uno de esos chismes que se pegan y sujetan las recetas, las horas y los encargos. "Al faro" es una especie de encargo que alguien hace para dejar en el aire solamente un pensamiento. El tiempo pasa y nosotros con él. No somos conscientes de que esto es así hasta que el tiempo ha pasado deprisa y nos encontramos al borde de una carretera que nos ha obligado a pararnos. En esos momentos, de soledad, de enfermedad, de miedo, de angustia, es cuando miramos el trance completo y decimos que hay algo inexorable de lo que no sabemos nada hasta que es demasiado tarde. Para Virginia fue demasiado tarde a los cincuenta y nueve años pero cada uno tiene su reloj. 

Me gusta cómo empieza la novela y me recuerda enormemente al comienzo de "La señora Dalloway" con esa frase cotidiana e ininteligible a la vez. Una frase que alude a algo que ha sucedido ya y que no nos será explicado sino someramente. Virginia confía en que la entendamos. -Desde luego, si hace bueno mañana, desde luego-dijo la señora Ramsay-Pero habría que levantarse con el alba-añadió. Y basta eso para decirnos que hay temperamentos diferentes en las familias y que esos temperamentos condicionan la vida y las relaciones porque el padre se muestra pesimista ante la posibilidad de que el tiempo sea malo y la madre defiende la posible bondad y el hijo, tan pequeño, ya sabe que tiene que agarrarse a lo que su madre prevea porque la furiosa certeza de su padre en lo negativo nunca lo convencerá. Y en esta única escena inicial Virginia nos dice tanto de los tres como de nosotros mismos y de ella misma, desde luego. 

¡Qué manera de narrar, la suya! Hay quien es capaz de describir los sentimientos de los personajes y quien cuenta con detalle y fiabilidad los hechos que suceden o quien esparce un agradable olor al mostrar la naturaleza. Pero es bien difícil hallar a un escritor que haga las tres cosas sin petulancia y sin cansarnos. Sin ser exhaustivo en nada, dejando que nuestra intuición actúe, que nuestra inteligencia decida. Virginia Woolf es de esas escritoras que confían en el lector, quizá más que en sí misma y espera que saquemos conclusiones. No nos exige siquiera estar atentos pero tampoco quiere dejar que se escape nada de lo que esté en su mano narrar. ¡Qué belleza de forma, qué dulzura de contenido! Y ¡de qué manera sus personajes hablan con la palabra, hablan con los gestos, hablan con los ojos!

Antes de haber leído a Virginia me parecía excesivo todo eso del grupo de Bloomsbury y de la ociosa intelectualidad de algunos de ellos y sus fútiles preocupaciones que no tenían que ver sino con la diletancia del rico. Pero ella esconde mucho más en sus divagaciones, en las cosas que quiso escribir pese a todo. Hizo lo que había que hacer y se despidió. Sin más. 

Al faro, Virginia Woolf, traducción de Carmen Martín Gaite. Edhasa, 2022. 

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