Para ellos no hay medallas

 


En muchos pueblos y ciudades, en barrios, en calles concretas, en barriadas, en pedanías, en aldeas, siempre hay alguien que levanta la voz. Suele ser alguien que ha nacido allí o que tiene un interés especial por conservar, cuidar, proteger, aquello que conoce bien y que no quiere que se pierda. Da igual que sean especies arbóreas, terrenos, edificios antiguos, puentes, acueductos, calzadas, conventos, iglesias, casas, azoteas, remates, patios de vecinos, cualquier cosa que tenga interés histórico o artístico y que merezca cuidarse, que merezca dar la cara por ella. Estas personas son insustituibles. Escriben en periódicos para exponer sus quejas, lanzan cartas a la autoridad, ahora usan las redes sociales. Van con sus cámaras de fotos y nos muestran el pasado, el problema y una posible solución. Sobre todo, denuncian. No parece que a la gente le importe mucho pero ellos son incombustibles, prosiguen con su tarea sin recompensa alguna, no son conocidos ni reconocidos, pero sí imprescindibles. Alguna vez logran su objetivo pero muy pocas veces. Es una tarea casi inútil. Ellos no son nada. No somos nada. 

Si ves en la televisión o en cualquier otro medio una entrega de medallas de esas de la ciudad, de la provincia, de la comunidad, de lo que sea; algún premio, alguna felicitación, nunca los encontrarás allí. No. Nunca tendrán premio. Nunca tendrán medallas. No serán hijos adoptivos de nada, ni hijos predilectos de nada. Son, ya digo, invisibles al poder y a los que entregan las medallas. Estas son para otra clase de gente, ya sabéis. Pero no para ellos. Solo tienen su voz y llega a pocos sitios. 

(Calle Carraca a principios del siglo XX, tomada del blog de Leonor M. S. )

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