Una cuestión de afectos
("Migrant Mother" fotografía en B/N de Dorothea Lange, tomada en Nipomo, California, 1936)
Alguien debería explicarnos, desde muy jóvenes, desde que tengamos eso que se llama tan cuerdamente "uso de razón" que hay una asignatura que no se enseña en ningún sitio y sin la cual moverse por la vida es un camino cuesta arriba. Tan cuesta arriba que la mayoría de la gente se queda en un recodo de esa cuesta, sin avanzar, sin moverse, sin lograr atisbar el horizonte último, el que se contempla desde arriba. Puede que se piense, ingenuamente, que la democracia garantiza que todas las personas sean iguales y que, sobre todo, tengan las mismas oportunidades. No es así. Existen unos impedimentos que tienen que ver con dónde naces, por ejemplo, y no me refiero solo a la localización, que también influye, sino a la familia. Tienen que ver con cómo eres y tienen que ver con tu capacidad de crear afectos, de tejer contactos.
Si naces en una familia pudiente, con buenos contactos, buena posición, las cosas serán mucho más fáciles para ti. No quiere decir que esté todo hecho, pero ahí está la base, sólida, que puedes aprovechar para hacerte una vida digna, serena y provechosa. Mucha gente tira por la borda esas posibilidades, pero ese es otro tema. Si, por el contrario, naces en una familia humilde, por muy estructurada que esté, por mucho amor que haya, por mucho que tus padres luchen para salir adelante, estás condenado a buscarte la vida. Estudiarás con esfuerzo, incluso si eres superdotado, y luego tendrás que ver cómo te sitúas en un entorno laboral favorable y cómo progresas. Si es que lo haces. Una carrera de obstáculos se abre ante ti. Cualquier dificultad en tu personalidad, en tus capacidades, se agrava mucho más si tu origen es pobre, si tienes el hándicap de que no cuentas con apoyo familiar, y no es el amor de la familia, no, son las posibilidades. Quien no se dé cuenta de esto no conoce el mundo.
Por muy poca voluntad que le pongas, estudiarás y harás un postgrado, o, en caso contrario, trabajarás en la empresa familiar, porque las familias con posibles tienen empresas o títulos profesionales, consultas, despachos, todo lo que ayuda a que los hijos salgan adelante con más facilidad. Si no tienes nada de eso, si tu padre tiene un camión, un taxi, un mono de trabajo, un delantal de camarero, entonces todo se pondrá más difícil, casi imposible. Para todas las actividades. Puede que seas un genio pero eso no te servirá. Porque hay una asignatura que no se puede aprobar si no estás avisado: los contactos.
Hay quien dice que hay que enseñar oratoria en los colegios porque los niños no saben expresarse oralmente. Estoy de acuerdo, pero más aún será necesario enseñar a los niños y a los jóvenes a labrarse una buena cartera de contactos. A enseñarles como construir los afectos y mantenerlos. Es fácil coincidir con gente importante en un colegio caro o un máster de élite, pero los demás tienen que hacerlo a base de estrategias y de tesón. No sé por qué esto no se enseña en ningún sitio. Podrían comenzar por proyectarles a los chavales la película "Match Point", el ejemplo más claro y mejor expresado de un arribista encantador, listo, guapo, que no tiene nada y que lo que más quiere es tenerlo todo.
No es necesario caer en la delincuencia, ni tampoco hacer un matrimonio por conveniencia, pero uno debería estar advertido, desde pequeño, que no basta con ser listo, con trabajar mucho, con tener ambición, con poseer ansias de progresar. Nada de esto sirve por sí mismo si no hay gente que te apoya, que te empuja hacia delante, que te sostiene, que te aplaude tus éxitos y contribuye a ellos. Veo muchos casos de gente mediocre encumbrada que ha llegado adonde está a base de apellidos y amistades. Me causan estupor. Me ha costado mucho entender el sistema, lo cual indica que nunca he estado dentro de esa tela de araña de los que saben relacionarse, ni dentro del mainstream de lo exitoso. Las niñas de barrio, acostumbradas a preguntarnos acerca del mundo y sus motivaciones, por mucho que seamos inteligentes, algunas muy inteligentes, dediquemos muchas horas a trabajar, leer, estudiar, por mucho que soñemos y sigamos intentándolo, nunca, nunca, nunca, llegaremos a la suela del zapato de la presentadora de televisión, el hijo de papá o de mamá, el influencer guapo y descarado o la afortunada medianía que, por eso mismo y porque no le duelen prendas si hay que tirarse al suelo y convertirse en alfombra persa, se deja querer y te mira, ya puestos, por encima del hombro.
La mujer de la fotografía, la madre migrante de Dorothea Lange, representa la imagen de quien nunca conseguirá convertirse en un votante codiciado, una estrella del cine o una madre de familia que juega al bridge con las amigas en la casa de los Hamptons. Nadie se puede imaginar lo que significa la mirada de esta mujer si no ha sentido el vértigo del fin de mes, si no ha visto el zapato estropeado y sin posibilidad de cambio de los niños o el coche viejo, de cuarta mano por lo menos, que el cabeza de familia, asediado por una vida de cansancio dolorido ante la miseria, tiene como leit motiv.
Quién iba a decírmelo a estas alturas. Al fin y al cabo esto que me mueve a reflexionar y a esbozar estas días tiene nombre: conciencia de clase. Y eso debe heredarse igual que se hereda la cinefilia y el amor por Marlon Brando en camiseta.
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