Quioscos

 


Yo soy mucho de quioscos de toda la vida. En cuanto tenía algún dinero me iba al quiosco de la plazoleta y compraba, además de alguna chuchería (pocas, porque nunca me han gustado demasiado), algo de lectura. "No tengo nada que leer" era mi latiguillo, el que obligaba a mi madre a decir "vete al quiosco o a la imprenta a buscar algo". La imprenta es la forma habitual que usábamos para hablar de nuestra librería de cabecera. De modo que me iba al quiosco y allí buscaba algún tebeo. O una revista, o un periódico, o, sobre todo, alguna oferta de libros. Me encantan esos cartones grandes en los que las editoriales lanzan las promociones. Yo compraba muchas de las promociones al inicio, cuando ofrecían dos por uno o eran más baratas. Cruzaba la calle desde la plazoleta llevando el armatoste y algún vecino me decía en voz baja, ya está esa niña con los libros. Pasados los años, todos me recuerdan así, con un libro en la mano, de igual forma que otras niñas llevaban siempre la cuerda para saltar o la piedra para el tocadé. Muchas veces no seguía con ellas colecciones, porque aparecían títulos que no me llamaban la atención pero, en todo caso, ir al quiosco era lectura segura. Los quioscos son paraísos. 

Le debo a un quiosco el descubrimiento de Jane Austen. Hace un siglo ya pero recuerdo bien el libro (de hecho está entre mis austenismos) y la promoción que decía algo así como "mejores novelas de amor" y que se refería a "Orgullo y prejuicio". Fue el primero que conocí de ella y, desde luego, el flechazo no solo fue tal, sino amor para siempre, a la vista está. Lo leí un ciento de veces y después de sabérmelo de memoria me puse a buscar otros libros de la autora y así desde entonces, porque vuelvo a comprar sus novelas una y otra vez cada vez que aparece una nueva edición en cualquier editorial. Y lo que se escribe sobre ella, también, aunque en este caso hay poco en español, pero sí en inglés y en italiano, como los libros de Deresiewicz. 

Los quioscos son un paraíso. Son el recinto literario de los barrios. Creo que cada vez quedan menos, lo que es una auténtica pena. Mi hijo era cliente asiduo de pequeño de los que teníamos por aquí cerca, y él mismo encargaba sus colecciones, de libros, de tebeos, de cartas, de juguetes, de dinosaurios. Alrededor de los quioscos pululaban niños de su edad, con el paquete de cartas para cambiar en la mano. Algunas veces había que recorrer una cierta distancia para llegar al quiosco en que, según se había dicho en el recreo, determinadas colecciones ya habían llegado. El coleccionismo es el gran aliado de los quioscos y nosotros hemos coleccionado todo lo hermoso que había por coleccionar: los libros de Astérix, los de Érase una vez el hombre, las novelas de Agatha Christie, los Episodios Nacionales de Galdós, los Yugui Oh...Y antes que nosotros, la madre y los tíos se buscaban la vida con novelitas de Marcial Lafuente Estefanía o de Corín Tellado. Un paraíso para leer de todo. Las niñas de barrio somos mucho de quioscos. Y eso imprime carácter. 

Una visita al quiosco siempre alegraba el día y aún lo alegra. Vuelves cargada de las cosas que has comprado con el importante designio de comenzar a leer y de leer todo el día. Como en este caso, que me encontré anteayer con un nuevo "Persuasión", en ese tono verde tan valiente y que me hizo querer mucho más a los quioscos. 

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