La Puebla del Río
Si eres funcionario cambiarás a veces de destino, recorrerás pueblos y ciudades. Algunos de ellos se quedarán contigo, tendrán algo que hará que no los olvides. En La Puebla del Río estuve algunos años y podría empaquetar todos esos recuerdos en unas grandes cajas y faltaría sitio. Porque son muchos. Era un pueblo especial. No tenía nada que ver con mi Cádiz natal, de modo que la gente no te recibía en su casa ni te invitaba a comer. Todo aquí era mucho más lento. Pero poseía (seguramente continúa así) algunas cosas muy especiales que lo convertían en un lugar distinto a todos. Estaba la marisma en los alrededores; la calle Larga con sus preciosas casas; la iglesia de Nuestra Señora de la Granada, un edificio singular; estaban las Palmillas; estaba el río. Estaban los niños, algunos de los cuales tenían ese misterio de los que siempre serán diferentes porque están dotados de algo que los distingue. Podría escribir sus nombres ahora mismo si no fuera porque es innecesario. Los niños.
Sobre todo, estaba la música. En La Puebla del Río la música es un arte y todo el arte es música. Y, sobre la música incluso, estaba la gente. Una gente peculiar, sí, pero entregada, generosa, única. De todos los lugares por los que he pasado la gente de La Puebla es la que nunca desaparece de tu itinerario, del mapa de los recuerdos, de la antología de los afectos que supone este ir y venir de un sitio para otro.
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