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Crecepelos


(Foto de William Eggleston)

 Primero fue la Historia. El auge de las novelas "históricas" produjo un boom editorial y, a su calor, miles de personas consideraron que eso que se contaba ahí era la historia de verdad. Los historiadores se replegaron y los escritores de "historia" ocuparon los púlpitos, los escaños del Congreso y las librerías. Ahora mismo la gente conoce determinados acontecimientos históricos, o cree conocerlos, a la luz de esas novelas y no de los libros de Historia, relegados al saber académico. 

Después fue la Psicología. La vida moderna produce un sinfín de nuevas patologías y nada mejor que alguien que te conduzca, que te diga, sin compromiso y sin prospecto, qué has de hacer para vivir mejor, para superar un desamor, para recuperarte de un duelo, sea este el que sea. Los coach y el coaching desterraron a los psicólogos a sus consultas y ocuparon los programas de televisión y de radio además de, otra vez, las librerías. Si existen psicólogos de verdad no nos interesa saberlo. 

Más tarde le llegó el turno a la Pedagogía y como consecuencia a la Didáctica. Cualquiera que haya tenido contacto con el mundo educativo, como sindicalista aguerrido, padre de alumno, vecino de alumno con suspensos, alumno mismo, está capacitado para hablar de educación, opinar sobre cómo evaluar, sobre el valor de los exámenes, sobre qué estrategia usar para que los niños lean y toda esa parafernalia porque, al fin y al cabo, ¿qué saben los maestros y profesores con lo mal pagados que están? De nuevo se produce la ocupación del espacio público y, por supuesto, de las librerías. Pedagogos aficionados sin tasa mi medida. 

Ahora le ha llegado la vez, como en la carnicería, a la Filosofía. Teníamos a la Filosofía por algo serio, trascendente y necesitado de estudio y dedicación. Conocemos los nombres de algunos individuos como Platón, Aristóteles, los tomistas, Kant, Schopenhauer, Heidegger y otros más modernos. Tonterías. La filosofía con minúsculas ha decidido ocupar el espacio de los coach y de los pedagogos aficionados y se acercan a los dos viveros que producen mayor repercusión en la vida cotidiana: el éxito o el fracaso escolar (según como se mire) y la felicidad, el logro de una buena vida. Ancha es Castilla (aquí recuerdo a Machado, pero no es cosa de entrar en la pseudopoesía, que esa es otra), cualquier graduado en empresariales, cualquier filósofo decidido a no perder el tiempo entre papeles y lanzarse al espacio virtual a vender su mercancía, se planta en el terreno de la conversación pública para decirnos cómo hay que enseñar, qué hay que prohibir, cómo hay que vivir, y demostrarnos lo fácil que es todo. Si no somos felices, es que somos idiotas. 

Suma y sigue. Perder el tiempo leyendo libros verdaderos se antoja la memez del siglo. Mejor vender la fórmula mágica del crecepelo. Desde tiempos del lejano Oeste no se ha visto cosa igual. 

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