"Ay, William" de Elizabeth Strout
Foto: Elizabeth Strout por Greta Rybus/The Guardian
Hace ya algún tiempo que sigo a Elizabeth Strout y este es el séptimo libro que leo de ella. He de decir que me parecen algo irregulares, es decir, que no mantiene el mismo nivel de calidad en todos ellos, aunque supongo que eso será complicado. El caso es que Elizabeth Strout es una de las escritoras mejor consideradas en la actualidad. A ello también puede haber contribuido la popularidad de las adaptaciones que se han realizado de algunas de sus novelas, sobre todo de Olive Kitteridge, con un personaje que llama mucho la atención y que a la gente le gusta mucho. Los hermanos Burgess, Luz de febrero, Amy e Isabelle, Todo es posible y Me llamo Lucy Barton tienen aquí su correspondiente reseña. Además, he escrito de ella con ocasión de balance de lectura o de recordatorio de libros leídos durante el año. Desde que comencé a leerla, hace ya unos años, los libros de Strout tienen un sitio importante en mis lecturas.
En Ay, William aparece de nuevo su protagonista Lucy Barton y, de nuevo, la autora se acerca a las interioridades de la familia, el matrimonio, los hijos y la vida en general. Es una visión tan realista como todas las de sus libros y por eso mismo resulta conmovedora. En su último libro, que no he leído (es el único libro de ella que no tengo por aquí) Lucy y el mar de nuevo Barton es el centro de la historia, y también aparece William, su exmarido, con el que continúa manteniendo lazos indisolubles.
Elizabeth Strout nació en Portland en 1956 y vive en Nueva York. Hija de profesores, ella misma ha trabajado como profesora de literatura e inició su carrera escribiendo cuentos, para llegar luego a publicar novelas que han tenido una excelente acogida tanto entre el público como en la crítica especializada, lo que ha llevado a que consiga premios prestigiosos, entre ellos el Pulitzer por "Olive Kitterige". Es una virtuosa a la hora de representar caracteres femeninos, a los que dota de una enorme complejidad, huyendo de estereotipos y convirtiéndolos en personajes humanos, con defectos, virtudes y luchas internas y externas que no dejan a nadie indiferente.
Los personajes de Strout no son de cartón piedra, sino, muy al contrario, terriblemente humanos y esto es un rasgo definitorio de su literatura, plena de emociones y de hechos contradictorios, no tratados de manera ampulosa o recargada, sino con la sencillez de quien hace la crónica de unas vidas cotidianas cuyos impulsos y errores son elementos terribles que no pueden dejarse de lado. Lo asombroso y lo corriente unidos en un mismo pulso narrativo.
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