La señora Ada Harris es una excelente empleada de la limpieza en Londres. Allí su vida transcurre entre la limpieza de unas cuántas casas y las charlas con su querida amiga Violet, que también se dedica a ese mismo y noble oficio que tantas vidas salva con su impoluto quehacer doméstico. La señora Ada Harris ha recibido esos días la noticia de la muerte en combate de su marido. Estamos en 1957 y hasta ahora no ha habido confirmación. Un día, la señora Harris ve un vestido de Christian Dior, una belleza, en casa de una cliente y no puede evitar enamorarse. Con esa clase de amor imposible de controlar. De modo que se pone en marcha (En marche, diría Macron) para lograr su sueño. Los sueños han de intentar conseguirse como sea. De no ser así la vida se puede convertir en una rutina. Lo que sucede es que muchas personas, quizá demasiadas, no saben exactamente cuál es su sueño y suelen confundirse. Por eso, llega un momento en que se preguntan: todo esto ¿para qué?. No era ese su sueño, es evidente. Y quizá Ada Harris nunca lo hubiera sabido de no toparse con aquel vestido de Dior echado en un sillón, en casa de una aristócrata falta de dinero, que es, por cierto, en esta película, la aristocrática Anna Chancellor, descendiente de Jane Austen y del primer ministro H. H. Asquit, conde de Oxford, por cierto bisabuelo de otra actriz, Helena Bonham-Carter.
Como el autor de la novela en la que se basa la película es Paul Gallico, que fue periodista deportivo, aparecen las quinielas de fútbol y Ada Harris entrará discretamente en el mundo de las apuestas, solo lo necesario para lograr algún dinero para conseguir su sueño. Eso y el legado póstumo de su marido será suficiente, ajustando cuentas, para volar a París. Y allí llegará a Chez Dior, el paraíso del buen gusto, pero donde hay también gente calculadora, mala gente, envidiosos y cursis. Aquí está Isabelle Huppert haciendo un papel tan antipático que nos parece hasta fea. Porque la mezquindad afea y la bondad embellece.
En
Dior hay algunos empleados que no son demasiado felices, como una pareja (Fauvel y Natasha) que no sabe que se quieren, por ejemplo. Ahí la intervención de
Ada Harris será decisiva, porque ella sí cree en los sueños y por eso sobrevuela por encima de lo evidente. Pero también hay maravillosos vestidos y por eso su asistencia al desfile de alta costura será algo inolvidable para ella.
Y como esto es una película, hay una especie de nueva vuelta de tuerca, con permiso del señor Henry James, para lograr que la empresa Dior, que atraviesa dificultades porque eso de la exclusividad no da dinero, abra su negocio a otros productos y cambie su filosofía. Esto lo consigue también la encantadora señora Harris, con su apuesta personal porque todas las mujeres puedan lugar algún sueño, alguna vez. La búsqueda de la belleza es posible para todas, parece decirnos esta fábula sentimental con moraleja incluida.
Como en un enorme bucle, también aparecen por aquí el existencialismo, los mercados de flores de París, un elegante caballero viudo con el que nada es posible después de todo, y el amor, el beso de los amantes que todo lo convierte en fantasía. No todos pueden encontrar el amor pero todos pueden buscarlo.
¿Qué hará Ada Harris con su maravilloso vestido de Dior cuando vuelva a la oscura casa, un bajo sin pretensiones, donde vive? Aparte de poner el agua para el té en el fuego, desde luego. Quizá ayudar a una chica rubia, humilde, guapa y que quiere convertirse en una actriz de cine, que es lo que pretende, y que necesita un gran vestido para impresionar al productor en una fiesta. La chica se ríe cuando la señora Harris le dice que le va a prestar su vestido. Claro que se ríe, nadie puede imaginar que en esa humilde casa haya un vestido como ese, un Dior impresionante, verde y con escote palabra de honor, falda amplia, seda y pedrería. El mismo vestido que la despistada chica se pondrá para el evento ¡y quemará con una estufa eléctrica que andaba por el salón de baile!. Oh, qué tristeza la de Ada Harris, tanto esfuerzo para nada. Casi quinientas libras perdidas. Entonces Ada, de noche, se asomará a uno de los puentes de la ciudad y lanzará al agua su vestido, su verde y precioso vestido quemado. Así acaban los sueños. O eso parece. La noche la abrazará en su cama y hasta su amiga Violet se preocupará al ver que no abre la puerta.
Los mercados de flores de París han quedado atrás y ella, Ada Harris, sigue subiendo las escaleras de las casas donde trabaja para hacer la limpieza. Y entonces le llegan un enorme ramo de rosas rojas y una gran caja. Una caja enorme. Abre la caja con unas tijeras, le quita las cuerdas, y ve que es un envío de Dior. ¿Qué será? Esta es la gran sorpresa de la película. Nos imaginamos que es un vestido. Pero ¿cuál? El vestido que se ha quemado y que ha salido en todos los periódicos????O quizá aquel que tanto le gustó y que una estirada aristócrata sin una peseta le birló en Dior por ser demasiado amable. Puede que las rosas se las mande aquel elegante caballero que la acompañó a los jardines. Por un momento, aparece de nuevo París en la pantalla y eso, oh, sí, es la diferencia.
Y en el baile de la gente sencilla aparecerá Ada Harris con ese vestido nuevo y diferente. Y Archie, el amigo que espera en la sombra su ocasión, le dirá que está "preciosa". Al fin y al cabo, sí que será posible el amor.
Comentarios