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Madres


 Verano. Calor tórrido. Levante en plena forma. La madre, más guapa y más alta que las hijas, lleva la voz cantante, una voz que es capaz de reproducir coplas que nadie más conoce. Tiene buena mano para las plantas y los cocidos, para la charla seria y la insustancial, para los artistas de cine y para las revistas de moda. La madre es un talismán, un hallazgo. 

En la mesa del desayuno la tertulia improvisada trae las noticias del día al modo gaditano. Hay que ver el alcalde, levantando calles todo el verano, qué querrá encontrar debajo de las piedras, el tesoro escondido?Y con la calor que hace y todo el polvo que forman, qué gente por Dios, qué políticos...

Mira mamá, qué vestido tan mono lleva esta en la revista. Me gustaría uno igual para la feria. Bueno, hija, a ver si te lo coso, qué bullanguera eres. Mira tus hermanas, que pasan todas de ropa. Y tanto que pasan, son todas hippies, parecen refugiadas con esos vaqueros gastados y esos pañuelos al cuello. Qué horror de estilismo...

Así las horas de la sobremesa de la mañana van pasando, entre trajines y charlas, horas benditas en las que la madre y las hijas gastan un vocabulario propio, que nadie más conoce, que sobrevive al paso de los años y a las dificultades de la vida. Casi sin darse cuenta, con la preparación del almuerzo, el día se desliza entre ollas y afanes, hoy guiso marinero y luego el sopor de la siesta, el momento raro en el que unas leen, otras se esconden para charlar con las amigas y alguna, enamorada, se agarra al teléfono como único medio de consumar su amor. Las hijas y la madre se mueven en un paraíso común, indescifrable para todos, con su código, su lenguaje, sus modos. 

La caída de la tarde las encuentra dispuestas y renovadas, deseosas de que caiga el crepúsculo, de que el viento amaine y de que la noche las cubra con una gasa fina de frescor tan ansiado. Pero la charla no decae, sino que se convierte en esa letanía de encargos y recomendaciones que la madre hace cada día antes de que las hijas salgan:

Llévate una rebequita, que luego refresca

Tened cuidado con la vuelta, no cojáis por el callejón Croquer, que está muy oscuro

Oye, a ver si bebéis más de la cuenta y tenemos jarana

Por Dios, no se pueden ustedes poner más tela en la falda? Si se ve todo...

Las frases varían, pero no la mirada vigilante de la madre que tiene, como todas las madres, escrito dentro de ella esa preocupación constante que no cesa, como un rayo que absorbiera sus energías y que emerge cada vez que las hijas salen al mundo. Solo cuando la noche las encuentra a todas dormidas en sus camas habrá horas de tranquilidad discreta, un pequeño momento para pensar, quizá, en ella misma, aunque sus pensamientos nunca vamos a conocerlos, porque los guardará para sí. 

Tal vez en esas horas de soledad y de silencio, cuando el padre también duerma y la casa reluzca de oscuridad, la madre se detenga a recordar las cosas que todas guardan en algún sitio recóndito de sí mismas. El cortejo, el beso, los abrazos, los vestidos, su padre, su casa de niña, sus juegos, su muñeca, su maestra. Un día y otro día en las horas más tibias del invierno y en las más frescas del verano, la madre volverá su mirada al pasado y tratará de retenerlo, de que no se escape nunca, de que se conserve allí a su lado, junto a las fotos, los libros y la luz que entra por las ventanas. 

Así, años, hasta que el olvido, sin detenerse y sin compasión, lo arrase casi todo y borre el eco de las voces frente al viento. 

Qué tendrá el abrazo de una madre que sobrevive a la ausencia y convierte la vida en una sucesión de flores sin agosto...


(Foto: Nina Leen)

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