La cara más oculta de la vida
En el debate de la meritocracia no tengo una opinión cualificada. Me temo que, conforme pasan los años, mis opiniones son, en todo, menos cualificadas que antes. En realidad fue la arrogancia de la juventud la que me hizo ver que sabía cosas. He actuado como experto cuando la ignorancia todavía me poseía en grado sumo. Y, al transcurrir los años, voy ganando en invisibilidad y perdiendo en altavoz. Nadie me pregunta lo que opino de las cosas. Soy una sin-opinión de libro. No es que no sepa ni conteste. Es que cada vez me interesan menos debates. Y los únicos que me llaman la atención son aquellos que nadie abre en público. Así que no existen. Hablo conmigo misma por eso. Y esa conversación, ya lo dijo Machado, es imparable. Recorro las horas como si fuera Vivian Maier e intentara atrapar con su cámara la cara oculta de la vida.
Quizá mi afición de ahora a la fotografía tiene que ver con la condensación de las ideas, con ese resumir necesario, porque los discursos largos me cansan y, a la mitad de ellos, me encuentro buscando en otro lado ese resumen del pensamiento que va a completar mis ideas. No creo en los expertos y eso es un problema. No creo en las dictaduras del filósofo y solo en los libros que otros escribieron sin la pretensión de adoctrinar me parece que existen verdades duraderas, o mentiras duraderas, que es lo mismo. Vivian Maier hizo algo parecido, creo. O, al menos, eso es lo que me sugieren sus fotos.
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