Gladiadores, gladiolos
En "Gladiator" los hombres tienen miedo. Los soldados luchan para defender a Roma pero no creen en ello. En la arena, los gladiadores luchan para guardar su vida pero no hay épica ni fiereza, sino un miedo atroz a ser convertidos en una masa oscura de sangre palpitante. Qué hay de hermosura en la muerte sin honra, sin honor, sin motivo...
El cine ha convertido el oficio de gladiador en una tarea épica y ha cogido a Russell Crowe y antes a Kirk Douglas y pretende hacernos creer que era bello y era bueno batirse con otro hombre al que no se conoce, con quien nunca se ha compartido ni el odio ni el amor, con quien no hay asuntos pendientes, sino monedas de oro que siempre llegan a los bolsillos de unos desconocidos que visten ropas caras y togas orladas de corinto.
Cuando estudiaba el mundo clásico tenía sueños en los que el peligro acechaba en cualquier esquina. Y así era en realidad. La descomposición de un mundo que parecía llamado a pervivir lo convirtió todo en un baile de rencores y recelos. La mentira, la impostura, la envidia, el terror. Lejos de la grandeza sencilla del ágora y de la lucha legendaria de las Termópilas, en esa última Roma todo tenía un aire añejo de vergüenza y venganza. Así lo contaba la historia y parece mentira que luego, cuando llegaba la Edad Media, parecía que echaban de menos la podredumbre última del imperio.
(Las pinturas son de Piet Mondrian)
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