Once upon a time... the cinema
La cinefilia es una pasión que se hereda. Nosotros la heredamos de nuestra madre. La cinefilia de ella venía de su infancia y su juventud. Como era una niña tímida, una hija intermedia perdida entre otras que la superaban en desparpajo, como no era ni la mayor ni la pequeña ni la mediana, sino que estaba ahí sin más, encontró en el cine una forma de distracción y casi de expresión. Iba al cine casi a diario, conocía al portero de la sala y se colaba sin más. Se sabía de memoria todos los directores, los actores y actrices, los argumentos de las películas y las frases que más le habían impresionado. Le gustaba fijarse en los carteles, coleccionaba revistas donde se hablaba de los astros y, cuando se casó y se fue a vivir a una casa justo detrás de un cine de verano, entonces fue la gloria. Ir al cine era facilísimo y ver la película desde la azotea también. Así que la asignatura se convirtió en ineludible para toda la familia. Creo que le gustaba todo tipo de cine aunque siempre decía que había un par de películas que no le gustaron nada. Una era "El rostro impenetrable", de Marlon Brando, y la otra "La strada" de Fellini. Le apasionaba el cine negro y, como no era romántica, prefería a los tipos duros y a las mujeres fuertes que la blandenguería. Pero tenía su ramalazo épico y por eso le encantaban los blancos y negros que trataban de temas morales, de luchas por derechos y cosas así. Una de sus películas más amadas era "Qué verde era mi valle", porque la reponían cada dos por tres en toda clase de cines y también en la televisión. Captaba rápidamente en las interpretaciones lo que había de verdad y lo que había de talento y distinguía muy bien las chapuzas. Lo mismo le pasaba con los directores. Como cualquier cinéfilo le molestaban las películas malas, aburridas o pretenciosas. Ningún crítico de cine de los muchos que he leído y leo tenían su virtud: clavaba la película con solamente una frase. Economía de palabras, exactitud en las definiciones. Entendía el cine como una distracción pero para ella las distracciones no eran cosas baladíes ni circunstanciales. Distraerse, entretenerse, meterse en la película de forma que nada más exista, era una pretensión enorme para su mentalidad, porque la vida que llevaba tenía muchas cosas que no le gustaban nada y, quién sabe, soñaba en su fuero interno (aunque eso nunca lo dijo) con que existía algo distinto que no llegó a conocer. Ese sueño permanente la convirtió en una persona especial, muy diferente a las amas de casa con las que se trataba y alejada también del común de las mujeres de su época. Su forma de pensar estaba llena de experiencias no-vividas pero que conocía bien por el cine y los libros, una mezcla explosiva para alguien que debe seguir las normas escritas del buen comportamiento femenino. Los libros y el cine fueron el cóctel que alimentó sus horas más felices y creó su propio pensamiento, tan libre, tan lleno de originalidad y tan fuera de lugar a veces, porque la gente que piensa por sí misma a veces tiene complicado hallar un sitio en el mundo que le sea grato. El humor, el amor, la maldad, la bondad, el desamor, la furia, todo tenía un plano que lo representaba y una escena que le era familiar. Por eso sabía tanto de cine, porque el cine era su patria, el hogar que acogía su deseo de vivir una existencia sobre la alfombra roja.
Tenía sus propias ideas sobre las cosas y eso se notaba en las películas que veía y que le gustaban. Las cosas torcidas, la mentira y el engaño podían ser elementos fascinantes a la hora de componer un relato pero ella era recta y sabía que, en la vida real, todo eso solo podía hacer daño. No le gustaban las mosquitas muertas y estaba totalmente del lado de Margot Channing. El abuso de poder y las malas artes tampoco las soportaba y defendía a Marlon Brando y sus palomas contra los sindicatos que tenían el puerto lleno de sangre y de odio. En cuanto a Humphrey Bogart siempre pensó que era un hombre libre y que era un hombre honesto y se emocionaba cuando escuchaba La Marsellesa en el café de Rick. Bette Davis era una de sus actrices favoritas. Hablaba de La loba, La carta y Eva al desnudo con total familiaridad. También defendía a Marilyn Monroe, nunca creyó la leyenda que decía que era una rubia tonta. Ni siquiera le importó su romance con Kennedy y eso que él era uno de sus iconos. Un joven presidente defendiendo la libertad. Lo que más le gustaba de Katharine Hepburn era que actuaba como una mujer independiente y usaba pantalones. Ella, mi madre, era más moderna que todas nosotras.
(Hasta que llegó su hora. 1968. Sergio Leone. Henry Fonda, Charles Bronson, Jason Robards, Claudia Cardinale)
Adoraba a Sidney Poitier y su impecable traje oscuro de policía de élite y la forma en que se hacía valer y todos los demás dejaban de considerarlo poco menos que un aprendiz de nada. Ella no soportaba ninguna clase de discriminación, ni de segregación, ni de marginación, y por eso el cine de los héroes anónimos, de los pobres que levantaban la voz, de la gente que era capaz de elevarse por sí sola y luchar por sus derechos, le parecía un cine de denuncia necesario y potente. Le gustaba Clint porque era taciturno y poco amable, como ella quizá y le gustaba Meryl porque tenía una mirada limpia y estaba muy perdida. El único malo que le llegó al corazón fue Henry Fonda en esa película de tiros. Y eso como excepción. Porque las almas limpias nunca defienden el mal ni sobre el papel. Siempre esperó que él se enamorara de Claudia Cardinale y cambiara su vida. Como si eso fuera posible. Aunque el cine en color le gustaba mucho, tenía una predilección especial para el blanco y negro, al que consideraba elegante, estilizado y real, más real que el color, decía. La fábrica de las ilusiones forjó su biografía, tanto que el lenguaje que usaba estaba llena de referencias al cine. Única hasta en eso. No ha habido maestra mejor.
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