"El conde de Montecristo" de Alexandre Dumas
Esta sí es una novela por la que el tiempo no pasa. Es una aventura tan fantástica, tan interesante, que por mucho que los años pasen nunca deja de tener su atractivo. Puedes leerla en cualquier momento, siempre te llegará un relato en el que están las principales emociones del ser humano, el amor, el odio, la venganza, la envidia, la justicia, el poder, la ambición...y también algunos personajes inmortales, como ese Edmund Dantés apresado injustamente, condenado sin juicio; o ese Abate Faría, un hombre que es, a la vez, sabio y práctico. O los malos, Danglars, Fernando Mondego, Caderouse, Villefort, auxiliados en sus acciones por otros que hacen de comparsa de la injusticia. También hay personajes buenos, como el padre del protagonista, el armador Morrel, la bella Mercedes Herrera que es su prometida, Alberto que es hijo de Mercedes...
Todo comienza con la llegada a Marsella del bergantín "El Faraón", cuyo armador es Morrel. Edmund Dantés, como segundo oficial a bordo, se ha hecho cargo de la capitanía al morir el capitán durante la travesía. Su ascenso a capitán, sus planes de boda con Mercedes y, en general, el aprecio y admiración que disfruta, despiertan la envidia de esos cuatro malos, que intentan buscar la forma de hundirle. Para ello usan una carta falta en la que le acusan de ideas bonapartistas. Sin embargo, el fiscal Villefort le libera de los cargos después de hablar con él. Dantés le cuenta con toda naturalidad que han pasado por la isla de Elba, donde Napoleón está confinado, por expreso deseo de su capitán y que él no tiene nada que ver en el asunto, aunque trae una carta que debe entregar a su destinatario. Él no ha leído la carta, por lo que desconoce el contenido, pero comete el error inocente de decir a Willefort a quien ha de entregársela y ese no es otro que su propio padre, agente bonapartista que pone así en peligro la carrera política del mismo Willefort. Así queda sellada la desgracia de Dantés, que se ve engañado y conducido al castillo de If, una horrible fortaleza en medio del mar, con mazmorras terribles y húmedas, donde los prisiones están en situación continua de miseria y maltrato y donde deberá pasar toda su vida. Estas son las perspectivas de Dantés cuando todo esto se consuma.
La suerte de Edmond es encontrar allí otro prisionero nada usual. El abate Faria lleva años encerrado y, cuando intenta llegar al mar para escaparse por medio de un túnel, se equivoca en sus cálculos y termina entrando en la propia celda de Dantés. Los dos hombres se sienten confortados del contacto humano entre ambos y sellan una gran amistad que tendrá sus frutos. Aquí está una de las grandes dicotomías del libro: lo bueno y lo malo se entrelazan con gran facilidad. Faria ayudará a Dantés enseñándole todo lo que sabe y disponiendo que sea él quien pueda acceder al tesoro escondido en la isla de Montecristo, para lo cual le entregará un escueto mapa en un papel. Cuando muere, es Dantés el que aprovecha la circunstancia, en una escena muy conocida por todos, para hacerse pasar por el muerto y ser así arrojado al agua. Los contrabandistas que lo recogen navegarán con él por muchos lugares antes de llegar, por fin, a la isla mencionada por Faria y, de ese modo, que Dantés logre el objetivo de encontrar y apropiarse del fabuloso tesoro.
(Dufy)
Aquí termina la primera parte, la parte más dura y difícil porque significa la injusticia, la cárcel, los malos tratos que recibe Dantés, la pérdida de su amor de juventud, el alejamiento de su familia y la estancia en esa brutal cárcel sin motivo. También cuenta el encuentro con el abate Faria y el renacer, así, de la esperanza, que ya creía perdida.
Desde el momento en que se hace cargo de todo ese tesoro, los esfuerzos de Dantés se dirigen a vengarse de las cuatro personas que han labrado su desgracia y para ello elabora un plan maquiavélico, un plan largo y difícil pero con todas las garantías de éxito por su perseverancia y su detallismo. Disponer de tantos recursos económicos hace posible que pueda cumplirlo y, ya en Francia, primero en Marsella y luego en París, Edmundo Dantés, ahora Conde de Montecristo, va enhebrando su venganza.
No será difícil llevar a la ruina a Danglars, buscar la desgracia a Caderouse o hacerse amigo de Mondego y Villefort, para asestar el golpe definitivo. Sin embargo, Dantés aprenderá algo mientras se encarga de todos estos manejos. Que a veces la venganza termina afectando también a seres inocentes y que no es el hombre el que tiene que reparar las injusticias a su modo sino que la justicia tiene sus normas, el único ser superior que puede poner las cosas en su sitio es Dios y el odio y el rencor son malos consejeros. Todo eso lo aprende Dantés cuando sus actos van dando lugar a una serie de dificultades en cascada que lo hacen pensar y reflexionar sobre su propia conducta. En este sentido, la obra tiene una especie de redención del héroe y de enseñanza a los lectores, que, a estas alturas del relato, están encantados con que se vengue y cuanto más, mejor. Pero los escrúpulos de conciencia alertan al protagonista de que las cosas, de ese modo, van a terminar por no satisfacerle. Porque el amor se entrecruza en sus acciones y modifica su forma de ver las cosas.
Comentarios