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Hombres guapos

 


He visto la foto de este hombre guapo (cuya identidad me guardo de momento) y he pensado en otros hombres guapos cuyo atractivo ha sido, precisamente, un motivo para quererlos. El primero de ellos fue Ivanhoe, el recio y contundente sajón que lucha en tiempos de Juan Sin Tierra contra los señores que bailan el agua al suplente de Ricardo Corazón de León. De resultas de conocer a Ivanhoe me metí de lleno en los pormenores de la tercera cruzada y, batallando con números y nombres, estuvieron también Federico Barbarroja y Felipe II Augusto de Francia. Quizá nació entonces mi decisión de estudiar Historia, porque ahí ocurrían fantásticas aventuras que en la vida real no pasaban. Aunque no caí en la cuenta que sí, que habían ocurrido. De forma inopinada y bastante prematura, aparecieron, en ese festival de hombres atractivos, el guardabosques Mellors y el inspector Birkin, los dos héroes lawrencianos que más me impresionaban, porque Gerald Crich era demasiado meticuloso, demasiado inseguro, demasiado rico. Y la riqueza estorba a los héroes desde entonces. 

Por si esto no fuera suficiente para atizar mi inclinación hacia los guapos-guapos, el cine se propuso insistir en ello con total contumacia, de modo que hay una galería inmensa de tipos, en todos los formatos y colores, que convirtieron los paseos del atardecer en breves comentarios de texto de películas, sin que en ninguna faltase algún muchacho que llevarse a la boca. No siempre fue comprendida mi elección, hay que decirlo, pero eso ocurre porque el amor es química y la química es tan personal como el olor de Chanel número 5 en el dorso de la mano. A mis amigas les gusta Richard Gere, George Clooney, Brad Pitt o Leo Di Caprio. A mí Robert Downey Jr., Denzel Washington, Andy García o Clive Owen. Ellas los prefieren sudando o en camiseta desvencijada, y yo con bonitos trajes de Armani, blancas camisas con gemelos y el pelo peinado hacia atrás. Somos diferentes. 

Siguiendo con la historia, en un tiempo me enamoré del presidente Kennedy. Creo que fue a través de las películas, sobre todo de "Trece días", con lo que, en realidad, quizá me enamoré de Bruce Greenwood, aunque Kennedy era el paradigma del político atractivo y siempre hay un poso de pena cuando hablo de él. Esa muerte absurda. Lo mismo que la de Bobby, que también era guapo y resultón. Los políticos no suelen tener nada de encanto, salvo ellos, que son la excepción y bien podrían haber sido patrones de yate o comerciantes en oro. 

Después de la historia, los libros o el cine, están los héroes de la vida real, los hombres guapos tête a tête y ahí surge el vendaval de la vida haciendo de las suyas porque no hay nada más atractivo que ese tipo de pelo largo y revuelto, cruzando por la plaza de Cuba en vaqueros y camisa blanca, mientras mueve con distraído movimiento las llaves del coche, mientras se dirige a mí, que lo espero al otro lado, en la terraza de José Luis. El hecho de que resultara ser un canalla es cuestión de otra historia. Guapo, sin dudarlo. Miserable, también. 

(foto: Gary Cooper)

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