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Edna O'Brien: Una lectura doméstica




Una vez descubrí que uno de mis apellidos maternos procede del condado de Clare, en Irlanda, el mismo en que nació Edna O'Brien. Quizá de ahí viene mi querencia por esta tierra y por sus escritores. Nadie sabe nunca lo que esconde la historia ni el legado que dejan los antepasados. Puede que ese O'Galbean que aparece en nuestro árbol genealógico fuera también escritor o, al menos, entendiera de nubes y de pájaros. 

En la portada de "Las sillitas rojas", la muchacha de rebeca roja parece despedirse de aquello o quizá tiene la intención de retroceder sobre sus pasos y volver a su tierra. Edna O'Brien no volvió a su tierra para quedarse y yo tampoco. El condado de Clare tendrá que pasar sin ella, aunque intentó comprarse allí una granja parecida a la de su infancia, sin lograrlo. El sabor a tierra te queda en las manos a pesar del tiempo, piensa ella. Eso y los vientos, esa circunstancia peculiar que define los territorios. Los escarpados acantilados sobre el mar convierten a esa zona de la isla en un cruce de vientos. Yo, que también provengo de una isla, aunque mucho más al sur, podría escribir de vientos un sólido tratado. 


Siempre digo que hay que leer los libros en un determinado orden. El itinerario tiene mucha importancia. No puede una empezar por el final porque no entendería nada. Hay que respetar la forma y el tiempo en que fueron escritos. Si lo hiciéramos así siempre, la relación con los escritores sería mucho más íntima, más comprensiva. Comencé a leer, ya lo he contado, a Edna O'Brien por pura casualidad, o quizá no. Porque el hombre que me regaló "Las chicas de campo", su primer libro, con un post-it amarillo en el que indicaba que estaba seguro de que me gustaría, era el mismo muchacho que me besó por vez primera en un cine. Fue en aquel cine ¿te acuerdas?. Un cine que ya no existe. Recuerdo la película pero no diré cual, porque hay que guardarse algo para sí. Solo diré que era una arrebatadora historia de amor entre girasoles. Cuando leí el libro entendí que ese muchacho, que ahora es un hombre, había comprendido perfectamente quién era yo y cómo era. Eso me pareció un milagro, porque éramos muy jóvenes y, o yo era transparente, o él era tan inteligente que decidió conocerme por amor. O las dos cosas. El caso es que el libro era, precisamente, el libro que yo quería leer en ese preciso instante. Que debía leer. 

De modo que ese itinerario continuó, como suele, por las otras dos novelas que siguieron a la anterior, las que forman su famosa trilogía. "La chica de ojos verdes", "Chicas felizmente casadas". La historia de Kate y Baba ya tiene sitio en mi cuaderno de emociones, ese lugar a veces escrito, a veces invisible, en el que se anotan y guardan los personajes más atractivos, más queridos, más cercanos, de todos los que habitan en los libros que leemos. De modo que sí, Irlanda en los años cincuenta, la represión religiosa, la educación casi fanática, la madre desgraciada, el hombre mayor, las amigas, el amor y el desamor, el miedo, todo eso va en el mismo equipaje, en la misma entrega. Una primera muestra de lo que Edna O'Brien quería contar y contó, pese a todo. Sin reparar en que su libro podía ser quemado. Como ocurrió. 


"Un lugar pagano" es una historia rara, cuyos personajes inquietan. Irlanda sigue siendo el centro de interés. Y "Las sillitas rojas" vino de la mano de otro amigo, este no tan invencible ni inmaculado como el primero, y no a su iniciativa sino a mi sugerencia, lo que en modo alguno es lo mismo. Suelo decir qué libros quiero que me regalen, cuando alguien dice que va a regalarme un libro, porque así no se equivocan ni malgastan el dinero. "Las sillitas rojas" te produce desazón, es un terreno inexplorado, como si ella hubiera salido por un tiempo de su hábitat natural y estuviera deambulando por la vida, sola. Aunque sigue estando allí. 

Después de eso descubrí sus cuentos. Los cuentos de Edna O'Brien son extraordinariamente buenos. Es una de las mejores escritoras de cuentos que conozco. Y conozco a muchos. Porque los cuentos son, en sí mismo, un género esplendoroso, vibrante, que produce una inmediatez de la pasión lectora inenarrable. Leo cuentos continuamente y lejos de parecerme poca cosa, creo que son difíciles, potentes y llenos de posibilidades. En el volumen "Objeto de amor" condensó cuentos que luego aparecerían por separado y que tienen una belleza extraña y, a la vez, cotidiana. Porque aunque sus asuntos puedan desarrollarse en distintos lugares, algunos de ellos exóticos, la vivencia es la de la realidad doméstica de los personajes, aquello que les acompaña donde vayan, aquello que supone la sencilla naturalidad de unas vidas como las nuestras. Emociones que reconocemos, temores, angustias, descubrimientos. No valen las imposturas para una buena escritora de cuentos. Al final, acaba encontrando el punto débil, el secreto escondido o la verdad sin tacha. 


La larga vida de Edna O'Brien (el 16 de diciembre de 2020 cumple 90 años) ha hecho posible dos milagros: una novela escrita con más de ochenta años, "La chica", ambientada en Nigeria y que recoge el sufrimiento de las muchachas en las situaciones de fanatismo, algo que ella conoce tan bien de su juventud, y el libro de Memorias al que tituló "Chica de campo". En el fondo, eso es lo que ella se considera. Una muchacha que surgió del campo irlandés, que vivió la vida ingrata de quien depende de que la naturaleza sea benigna, que tuvo sobre sí el peso agrio de la religión opresiva y de la madre sobreprotectora y que, inopinadamente, se marchó muy pronto para buscar otras cosas, otros caminos. Su ida a Dublín, su trabajo en una farmacia, su matrimonio con un escritor, bastante narcisista, Ernest Gabler y el nacimiento de sus hijos, dos, fueron escalones que hubo que subir hasta encontrarse con algo no previsto: la escritura. Entonces fue cuando decidió que no había venido al mundo solo para sufrir y que la lectura de libros (inexistentes en su casa) y la escritura, eran un pasaporte más cierto que cualquier otro para lo que deseaba: una vida plena en la que el dolor estuviera tamizado, en que no fuera recurrente, sino extraordinario. 


Las memorias de Edna O'Brien pueden leerse como una novela porque quizá lo es. Sus primeros años están reflejados ya en cuentos y en su trilogía, pero luego, la vida real se impone y llegarán el divorcio, la lucha por la custodia de los hijos y el descubrimiento de otras relaciones y personas. No llegó nunca a casarse por segunda vez pero sí conoció el amor, la pasión, la admiración de otros, la charla inteligente, el mundo de los predestinados. Ella, una chica corriente del campo irlandés, accedió, por obra y gracia de su talento escritor, a un lugar que no le correspondía. Y siempre tuvo la sensación de que estaba fuera de ese sitio y de que necesitaba aclimatarse como fuera. Una mezcla de convencimiento y testarudez, una mezcla de lo nuevo y lo viejo. Algunos pasajes te dejan pensativa, otras te llevan a conocer a personas sin disfraz, otros son mero disfraz. En todos ellos, palpita la escritura, como si fuera un hilo conductor que no puede desdeñarse aunque queramos. Nada es intrascendente, nada es definitivo. 

La lectura de las memorias tiene un efecto inmediato sobre nosotros, los lectores. No solo conocemos mejor, mucho mejor, a la escritora, sino también, a la niña, la joven, la mujer, la anciana. En el salón de su casa alquilada de Londres (nunca poseyó una casa propia), la vemos con la fragilidad de los años y también con la fortaleza de la experiencia acumulada. Ella observa las flores del jardín y sigue escribiendo. La naturaleza es parte de su vocabulario y nunca puede dejar de aparecer de cualquier modo. Como si Clarissa Dalloway estuviera siempre buscando flores para adornar la casa ante una fiesta. 

No se percibe rencor en sus palabras, ni siquiera un ajuste de cuentas, aunque hay, sí, cierta rabia, porque las cosas pudieron ser de otra manera. Pero el libro se desliza con suavidad y su forma de narrar es la misma que reconocemos en el resto de sus escritos. Podemos ir de uno a otro viendo cómo florece la exactitud en la descripción, el diálogo sostenido, la limpieza del estilo, la belleza de las emociones...

Edna O'Brien es una fuente de inspiración para cualquiera de nosotros, porque tiene la cercanía de lo doméstico. Al fin y al cabo, una casa es una vida. Y los libros, el refugio más cierto. 

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