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"¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?" de Jeannette Winterson

 



Jeanette Winterson reunía muchas papeletas para ser una persona infeliz. La naturaleza no es sabia, siempre lo digo, y la igualdad de oportunidades es una entelequia, un cuento chino. Hay personas afortunadas y otras que no lo son, en un reparto injusto, lleno de preferencias increíbles y de absurdos disparates. 

Luego está la vida. Jeanette Winterson al igual que otros antes que ella y después de ella, tenía un talento inexplorado que se reparte no sabemos por qué. Es un talento compensatorio, de modo que suele surgir allá donde las personas están rodeadas de eriales. Es un fruto hermoso, que puede saciarte el hambre y aliviarte la sed. Ese don es el de la escritura. Es el don de la escritura el que convierte a Jeannette Winterson en la persona que es y no en la que podía haber sido. 

Ella nació en los años cincuenta, los mismos años en los que Edna O'Brien, nacida en 1930, tenía que buscar tiempo donde no lo había para poder escribir algo que le rondaba la cabeza y que estaba obligada interiormente a sacar a la luz. Se escribe por eso mismo: porque no puedes dejar dentro eso que bulle por asomarse y mostrarse a los demás. Mostrar, ese es el verbo. El que usaba Jane Austen cuando quería contarnos algo. Mostrar, y que luego cada cual coja su camino. El camino de todas ellas fue la escritura. 

En este libro Jeanette nos cuenta su origen como niña adoptada, su infancia en una casa sin amor, con unos padres que no la amaban y con unos sentimientos que ni ella misma entendía. Se muestra firme en su relato pero no hay odio. Debe haberlo amansado ya con anterioridad. No aparece la ira ni la rabia. Pero sí la convicción de que su mundo tenía que buscarlo en el exterior y que se explicaba en su interior. Ese movimiento de ida y vuelta es el que comprende toda la literatura. Sacar lo que uno siente y mezclarlo, en una pócima mágica, con lo que uno vive. Es así como las palabras se enhebran y adquieren un sentido especial y único, una manera distinta de enredarse y de ser en sí mismas. Un milagro. 


La madre adoptiva de Jeanette, la señora Winterson, era una fanática religiosa que se empeñaba en mortificarse y mortificar a los demás. Jamás se ponía en lugar del otro y su razón era la razón. Se parece mucho a la madre de Edna O'Brien, una mujer ultracatólica que convertía la existencia en un valle de lágrimas. La señora Winterson no entendió nunca a su hija ni quiso entenderlo y quizá por eso la errante búsqueda de su madre biológica forma parte importante de este libro, que son unas memorias salpicadas de pensamientos y de movimientos hacia delante y hacia atrás. La soledad de los niños puede alumbrar cosas horribles pero también arte y creatividad si a ello se aplican. La soledad de Jeannette dio lugar a su elección para una vida futura. A los dieciséis años abandonó su casa, abandonó lo que debía ser y se convirtió en lo que quería ser. 


Su padre verdadero, su hermano desconocido, su padre adoptivo, sus amigas, las muchachas a las que quiso y a las que tuvo que renunciar, su triunfo, sus libros, el amor de madurez, todo ello es un compendio de emociones que nos hacen pensar. Esa es la virtud de algunos libros. Te ponen delante un espejo y te hacen preguntas. Las respuestas siempre están en tu interior y es en ese encuentro de lo que eres y lo que no se ve, donde pueden florecer algunas cosas que, de otro modo, nunca serían, nunca vivirán una existencia real. Así funcionan los libros y así es el movimiento que observas en este libro y en su escritura. 

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