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Ese sueño callado de la lluvia...


De "Midnight in Paris" me gusta la lluvia. Igual que al protagonista. Igual que a Woody Allen. Las ciudades con lluvia parecen otras. Cambian de aspecto en cuanto el cielo se oscurece, en cuanto las nubes dejan de ser formas blanquecinas y se convierten en amenazadores tanques. La sinfonía de colores de los paraguas merecería fotografiarse por Nina Leen. Ella colocaría unas cuantas muchachas al borde de un sofisticado parterre y lanzaría su cámara al aire y al mundo. Cuando la película comienza y veo esas imágenes de la ciudad, con la gente paseando tranquilamente, sentados en las orillas del río, en los cafés, cruzando los puentes, simplemente mirando escaparates, recuerdo el suplicio de las mascarillas y del miedo, recuerdo cómo nuestras caras se esconden detrás de la tela y vuelvo a mirar la película, el sosiego y la dicha que transmite. Recuerdo lo que ya no existe. 

Cualquier estudiante de Arte, como yo misma hace unos años, entendería la emoción de tropezarse con los Fitzgerald, con Gertrude Stein o con Dalí incluso, aunque no soy daliniana, y prefiero un robusto descapotable hiperrealista a cualquier extrañeza, salvo, eso sí, la joven que mira a través de la ventana. Pero, sobre todo, entendería lo que significa pasearse por los lugares que estudiamos en los libros. No hay necesidad de oír esas largas parrafadas explicativas del cursi que todo lo sabe, sino que, más bien, lo que importa es sentir, aspirar el olor y el sabor, de las noches y los días. Nosotros sabemos, tú y yo, lo que significa París para quienes no tienen otro patrimonio que el deseo de vivir. 




Una vez en la vida hay que pensar en dejarlo todo atrás y decidirse a dar el gran salto mortal hacia la dicha. Y si es en un lugar en el que las huellas del pasado están presentes y son parte de ti, todavía es más probable. París está en los libros y en las noches. En los profiteroles llenos de beso y chocolate. En la explanada del museo y en la escultura, viva, de los ojos ansiosos. El amor es un silencio entre los puentes que cruzan la ciudad y las ciudades con puente siempre tienen algún silencio prestado que devolverte. El amor es también el turbulento sonido hueco de las copas al tocarse, mientras algún músico tiene la osadía de tocar al piano tu canción favorita. Si no tienes una canción favorita todavía busca a alguien que te la preste. Julia Roberts lo hizo ¿recuerdas?

He querido regresar a París pero Notre-Dame estalló en llamas. La gente se ha mirado entre sí con desconfianza y los diletantes han volado, quizá al Soho, o a Tribeca, o a Brooklyn. Da lo mismo, el caso es que la lluvia suena mucho mejor con zapatillas aladas de ballet, mientras un impresionista desconocido mancha la tela y la convierte en sueño. 


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