Ir al contenido principal

Sanditon, la historia inacabada


Pocas imágenes más acertadas para representar "Sanditon" que estas mujeres en la playa de Sorolla. Los vestidos blancos, las telas suaves, las sombrillas, los sombreros de paja adornados con lazos y flores, todo nos da la imagen de la cercanía del mar en aquellos años. Aunque el pintor nació en 1863, en plena época victoriana inglesa, ya se anticipaba en la novela el cambio de moda. Cuando la guerra entre Francia e Inglaterra termina, en 1815, el vestuario dejó atrás algunas costumbres propias del Directorio francés y se va adentrando en lo que será la moda victoriana. Cinturas en su sitio, cuellos altos, mangas largas, crisolinas, faldas de capa, todo muy distinto de la clásica, sencilla, elegante y simple moda georgiana.  Jane Austen escribe "Sanditon", en 1817, es decir,  en un momento de transición. La obra de Sorolla en lo que se refiere a las escenas de playa bien puede darnos una idea de la efervescencia que produjeron en las familias de entonces los baños de mar,  los paseos por la arena y los juegos cerca del agua. Todas las personas pudientes creyeron en esa nueva fe del veraneo marítimo. 

Causa tristeza pensar que la enfermedad de la escritora, que le quitó la vida a los cuarenta y un años, no solo dejó inacabada esta novela sino que le impidió escribir otras muchas. Resulta extraña esta situación porque su familia fue muy longeva y ella es un caso excepcional de muerte temprana. Todavía esto es más desconsolador. Cuánto talento quedó aquí inconcluso, cuántas satisfacciones podríamos obtener de su lectura inexistente...Con respecto a "Sanditon", el bosquejo de los personajes nos deja ya algunas conclusiones pero la acción apenas ha empezado. Puede pasar cualquier cosa. La introducción de una indiana, por ejemplo, forma en la que se denominaba a los procedentes de las colonias, es una novedad interesante. Qué sería de ella, de la señorita Georgiana Lambe, con toda su fortuna...Lo mismo puede decirse del destino de ese emporio turístico que los Parker quieren poner en pie aunque se encuentran con mil escollos. No sabemos si lo lograrían o si fracasarían. El título original del libro "The Brothers", Los hermanos, avanza ya el papel primordial de la familia en la trama. 
Es recurrente en Jane Austen el hecho de que sus novelas lleven un título inicial que luego se cambia, bien por la autora, bien por sus editores o sus familiares encargados de la edición. Ocurrió con "Orgullo y prejuicio", que fue First Impressions, o con "Sentido y sensibilidad", que se tituló originalmente Elinor and Marianne. También con "La abadía de Northanger" que la autora dejó titulada como Catherine. Es casi seguro que solo "Emma" fue siempre Emma y solo Emma. 

En esta novela inacabada hay algunos temas nuevos que hubieran dado de sí muchísimos frutos. Por ejemplo, emerge la nueva economía, la de los comerciantes, profesionales liberales, industriales, esa que solo aparecía tangencialmente y que estaba mal vista por algunos de los personajes de sus novelas anteriores. Hay una mención explícita al sistema de "internado" por el cual una institutriz o persona de solvencia tomaba a su cargo a varias jovencitas para viajar con ellas. Está la aristocracia vista desde dentro, con sus contradicciones y sus dificultades de relación con los otros estratos emergentes. Y cambia radicalmente el escenario. Nada de una casa rural, con sus vecinos, su parroquia, sus costumbres fijas. Aquí el escenario prefigura el contenido y lo hace de una manera determinante. 

Sin embargo, hay elementos que forman parte de la mejor Austen y que siguen aquí representándose: la joven seria, pero no adusta, formada pero con ansias de aprender, sencilla y sin pretensiones, que tiene sentimientos pero sabe comportarse adecuadamente. Una familia numerosa, bien situada, pero que prefiere la vida rural a los vaivenes de las ciudades. Esos son los Haywood y por eso Charlotte es de una pieza. No sabemos cuál sería su relación con el joven Parker pero en ningún caso sería de dependencia o de sumisión. Pero, a pesar de eso, es una chica joven que desea dar buena impresión y que se interesa por observar y conocer a los demás. Esa era también Jane Austen. Y vuelve a introducirse en el libro a modo de narrador que da su opinión al respecto: "Si hay jóvenes en el mundo y en su etapa de la vida más carentes de imaginación, y menos preocupadas por agradar, no las conozco, ni deseo conocerlas".


La ironía es el gran recurso de la novela. Aparece y reaparece a la hora de definir el entusiasmo de Tom Parker, el gran arquitecto de Sanditon, y sus aspiraciones de que aquello se convierta en la cura de todos los males. Lo cuenta Austen con toda su gracia: "El aire marino y el baño de mar eran antiespasmódicos, antipulmonares, antisépticos, antibiliosos, antirreumáticos, saludables, lenitivos, relajantes, tonificantes, vigorizantes..." Jajajajajajajaja. Si esto es así no se explica la mala salud de las dos hermanas de Parker, Diana y Susan, que tienen mil achaques de todo tipo y que viven esclavizadas por ello. Lo malo de esto es que contagian con sus aprensiones al hermano más pequeño, Arthur, de tan solo veinte años, que resulta ser un joven rollizo y que deja atónita a Charlotte cuando lo conoce dada su propensión a comérselo todo.


Aunque encontramos aquí algunas descripciones del paisaje y del aspecto físico de los lugares muy poco frecuentes en Austen, no son tampoco excesivas y, desde luego, con respecto a los personajes tiene la misma brevedad poderosa. Sobre Charlotte Heywood solamente dice que tenía aspecto distinguido y agradable, además de veintidós años, la mayor de las chicas de una familia con catorce hijos. Catorce hijos, todos vivos, señala con claridad una familia sana y con medios de vida suficientes. Desde luego, Willingden no tiene nada que ver con Sanditon. También es interesante su crítica nada soterrada contra la aristocracia, una aristocracia venida a más, como la propia Lady Denham: "Toda vecindad ha de tener una gran dama. Lady Denham había sido una rica señorita Brereton, nacida para la opulencia aunque no para la educación". Tan seca y desagradable resulta que nos recuerda a Lady Catherine de Bourgh, la tía de Darcy. 

La conocida referencia de Austen a la lectura aparece también aquí. Charlotte lee novelas pero no es una fanática de ellas, porque se trata de una chica seria, que no pierde la cabeza por lo que lee. Y, desde luego, no quiere ser Camilla (la protagonista de la famosa novela del mismo nombre escrita por Fanny Burney) ni vivir su desgracia. En una conversación muy curiosa con Sir Edward Denham aparece el consabido aire snob de quien no quiere reconocer que lee cosas intrascendentes, algo recurrente en la obra de Austen que se ríe de quienes ocultan la sencillez de sus lecturas.

El escaso número de páginas que escribió nos deja sin conocer la historia amorosa entre Charlotte y Sidney Parker. De él hace una buena descripción pero nunca sabremos qué clase de hombre era y de qué forma transcurren esos vaivenes típicos de su obra, en la que las relaciones no son nunca lineales ni fáciles, sino más bien, un camino de aprendizaje entre la pareja. La espontaneidad elegante y sencilla de Charlotte bien puede valer para confrontarse con la vida mundana y poco organizada de Sidney pero esto ya es especulación. Especulación. Una palabra que usa la autora por vez primera para referirse a las intenciones comerciales de los Parker y Lady Denham con respecto a Sanditon. Quien duda de que la novela moderna comienza con Jane Austen tiene en este breve capitulario una prueba irrefutable.



(Imágenes de Joaquín Sorolla y Bastida, 1863-1923)

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin