Edna O`Brien. Esa luz.


Esta es la foto que buscaba. Una que le hizo Cecil Beaton y que está en la National Portrait Gallery. Una foto detallista y cuidada, en plena juventud. Con ojos verdes que no se observan en el blanco y negro, largo cabello castaño casi pelirrojo y atuendo hippie. Ahora esta foto es el recuerdo de un tiempo que no existe y la protagonista va a cumplir en unos meses los noventa años. 

Dejo de lado las redes sociales y su entretenimiento, las noticias de política que en estos años no van a traer sino incertidumbres, y me sumerjo otra vez en la lectura de Edna O`Brien. No solo de sus libros (todos los publicados en español están por aquí) sino en las entrevistas que le han hecho algunos periódicos y en un artículo suyo en The Guardian que estoy traduciendo con ayuda de internet. Es un problema no haberle prestado atención a los idiomas. Los grandes intelectuales de todo tiempo han conocido más idiomas que el suyo, porque eso significa abrir las puertas. Perdí energías en otras cosas y no estudié con perseverancia el idioma que me conduciría al diálogo íntimo y directo con mis escritores. Dependo de los traductores y no siempre son de fiar, o no son todo lo de fiar que yo necesitaría. 

De los libros y papeles de Edna O`Brien paso a mis propios papeles. Sus reflexiones sobre la escritura y la vida, en realidad su vida misma, me dan un toque de atención. Me dicen que perder el tiempo no está permitido. Reflejo aquí la forma en la que ella ilumina ciertos aspectos de mi realidad con una luz brillante casi siempre y otras veces, difusa pero creativa. Entiende lo que significa escribir, reescribir y volcarse en lo importante: volver a uno mismo porque no puedes escribir de lo que no eres. Esa es la luz que ella expande. La dejo aquí mientras me dedico a seguir sus consejos.

Hay una gran fuerza en la Edna que conozco. Me permite vagabundear por las palabras, por algunos libros, por el lenguaje en su expresión más literaria, y también me permite pensar, detenerme, despreciar o amar a partes iguales. De ella puedo saltar a Philip Roth, su gran amigo, alguien que entendía exactamente qué quería decir cuando hablaba de la ansiedad por escribir. También puedo llegar a Steiner y entonces se abre un gran portón y se entra en una sala amplia llena de estanterías con libros y puedes coger un libro y otro libro y de todos surgirá algo, incluso la música surgirá de algún tocadiscos colocado en una esquina.

Esta es una de las virtudes de esta mujer que, como ocurre con tantas otras, todavía tiene dificultades para hacerse entender en un mundo en el que los hombres tienen, de entrada, unos puntos extra por el hecho de serlo. No parece posible que haya que indagar en un feminismo de la desigualdad cuando el de la igualdad aún no ha cerrado sus capítulos en el mundo de la creación. Y Edna lo intenta, lo intentó incluso cuando era complicado. Por eso, saltar de rama en rama en sus libros siempre tiene posibilidades de convertirse en un ejercicio malabar que dé algunos frutos, siquiera de temporada.

8-2-2020

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