"Hijos y amantes" de D. H. Lawrence
Leí a D. H. Lawrence (1885-1930) tan, tan joven, que se me escaparon muchas cosas en esas primeras lecturas. La relectura ha sido, pues, obligada. Y no una sola sino varias, en tiempos sucesivos, con libros diversos. Despojado el autor de esa aura de malditez absurda, emerge el prosista poderoso, el estilista, el filósofo. Su defensa de la vida natural contra la industrialización que convierte a los hombres en meros repetidores de destrezas, podría hoy servir para ambientar otra lucha contra la simplificación de la era digital, contra los mensajes unívocos e, incluso, y sobre todo, contra lo políticamente correcto. Porque D. H. Lawrence es lo más incorrecto que pensarse pueda.
En esta novela, poco conocida entre las suyas, opacada quizá por el tono más popular que tienen "Mujeres enamoradas" y, más que nada, "El amante de Lady Chatterley" (muy comentada, pero mal comentada) aborda el complejo de Edipo. Y lo hace a partir de la construcción de una historia y de unos personajes que, por su robustez, bien podrían ser reales. Quizá lo sean. Desde luego resulta casi imposible separarlos de su propia vida, de las circunstancias que lo sitúan como un hombre dependiente de su madre, primero y de una esposa que era como una segunda madre, después. En "Hijos y amantes" la historia de la familia Morel tiene todos los elementos para entender este tipo de sentimientos, que a veces hemos percibido a nuestro alrededor, y que hace sufrir a las personas en demasía. Un sufrimiento inútil, que no es constructivo sino todo lo contrario, destructor.
En la cuenca minera de Nothingham vive la familia Morel. La madre, Gertrude, es una mujer fuerte, que está decidida a sacar adelante a su familia de cuatro hijos, incluso sin que su marido, un pusilánime al que desprecia, ponga demasiado de su parte. Es una madre protectora, una madre omnipresente. Y esa protección se despliega en grado máximo sobre el tercero de los hijos, Paul, un muchacho de temperamento artístico. Entre la madre y el hijo existe un lazo tan difícil de desatar que hará imposible otros sentimientos añadidos. Es una especie de ligazón íntima. La madre considera rivales a todas las muchachas que se acercan a la vida de Paul y él siente que ofende a su madre cuando se enamora de ellas. No hay más desesperanza que saber que tu corazón nunca será libre.
No es fácil narrar todas estas sutilezas sin caer en la ridiculez o en la exageración. En una ocasión recomendé un libro de Lawrence a un amigo y fue incapaz de leerlo sin aborrecer al autor y, de paso, a mí misma, por haberme atrevido a recomendárselo. Porque funciona así la cosa. O lo quieres o lo odias, no es posible un término medio en estas intensidades. La negrura de la mina es un elemento añadido a la historia y este elemento aparece siempre en determinadas novelas. La vivió el escritor su infancia y su adolescencia y no se ha separado de él. Es como si el subsuelo de carbón se adhiriera a las ropas y las ocultara con su matiz oscuro y pegajoso. Las gentes que viven en la zona de Portman, en Murcia, entre La Unión y Cartagena, padecen las secuelas del mineral como si no hubiera forma de borrar su memoria. En el caso de Lawrence su infancia oscura lo marcó para siempre. La voracidad charlatana y ebria de su padre, su falta de sensibilidad, lo lanzó sin remedio a los brazos de su madre, una maestra suave, silenciosa y entregada, una mujer culta que le inoculó el veneno de la palabra, de la literatura. Quizá Gertrude Morel es esa madre y Paul Morel es el mismo escritor.
Las difíciles relaciones entre la madre y el hijo son una lucha de poder y también un notable impedimento. Cuando Paul conozca a la dulce Miriam entenderá que no es posible entregarse a ella, que hay una especie de culpa interior que lo incapacita físicamente. Eso será un dolor añadido. La fuerza posesiva de la madre, omnipresente, evitará que él pueda entregar su corazón y su cuerpo a otra mujer. He conocido, como todos vosotros, a algún hombre así. Resulta patético ver cómo disfrazan esta impotencia y la convierten en veleidad o en misoginia. En el fondo sabemos lo que hay: una imposible necesidad de enamorarse de una mujer que no es, ni quiere ser, su madre. La lucha de poder tiene resultado desigual y va desangrando las relaciones familiares, toda la familia se resiente. La figura del padre es ese ser desvaído, sin presencia apenas y sobre todo, sin influencia, que resulta un trampantojo que a nadie interesa de verdad. Un accidente tan solo.
Se ha identificado a Miriam con la joven Jessie Chambers, la primera persona que creyó en el talento del escritor y quien envió sus primeros poemas a un editor para que fueran publicados. Jessie pertenecía a una familia totalmente distinta a la de él, una familia interesada por la lectura y la cultura en general. Fue una especie de mecenas y de amor de juventud que quizá no llegó a culminar por la situación emocional de Lawrence, tan compleja siempre. Alguien ha hablado de él como un outsider, un extraño en el universo de la literatura y lo fue también en su vida. La persecución por sus novelas consideradas pornógrafas se acentuó con otra referida a su situación vital y terminó en lo que él llamó su "peregrinación salvaje" allá por las tierras de México, acompañado de Frieda, su mujer.
Jessie, más de un año más joven que Lawrence (nació el 29 de enero de 1887), era la segunda hija de la familia numerosa de Haggs Farm, a unas dos millas al norte de Eastwood. La relación tormentosa de Lawrence y Jessie, que iba a durar unos doce años, se convirtió en uno de los temas principales de Hijos y amantes, con Lawrence como Paul Morel y Jessie como Miriam Leivers. Para entender el carácter de la relación y el apego que sentía Lawrence a la familia Chambers hay que considerar siempre el entorno en el que vivió y se crió, un entorno que lo llenaba de vergüenza en realidad. La figura de Jessie es inspiradora para el escritor, mucho más que el resto de las mujeres que conoció en su vida. Quizá porque ella lo amaba sin intentar intimidarlo.
No es fácil narrar todas estas sutilezas sin caer en la ridiculez o en la exageración. En una ocasión recomendé un libro de Lawrence a un amigo y fue incapaz de leerlo sin aborrecer al autor y, de paso, a mí misma, por haberme atrevido a recomendárselo. Porque funciona así la cosa. O lo quieres o lo odias, no es posible un término medio en estas intensidades. La negrura de la mina es un elemento añadido a la historia y este elemento aparece siempre en determinadas novelas. La vivió el escritor su infancia y su adolescencia y no se ha separado de él. Es como si el subsuelo de carbón se adhiriera a las ropas y las ocultara con su matiz oscuro y pegajoso. Las gentes que viven en la zona de Portman, en Murcia, entre La Unión y Cartagena, padecen las secuelas del mineral como si no hubiera forma de borrar su memoria. En el caso de Lawrence su infancia oscura lo marcó para siempre. La voracidad charlatana y ebria de su padre, su falta de sensibilidad, lo lanzó sin remedio a los brazos de su madre, una maestra suave, silenciosa y entregada, una mujer culta que le inoculó el veneno de la palabra, de la literatura. Quizá Gertrude Morel es esa madre y Paul Morel es el mismo escritor.
Las difíciles relaciones entre la madre y el hijo son una lucha de poder y también un notable impedimento. Cuando Paul conozca a la dulce Miriam entenderá que no es posible entregarse a ella, que hay una especie de culpa interior que lo incapacita físicamente. Eso será un dolor añadido. La fuerza posesiva de la madre, omnipresente, evitará que él pueda entregar su corazón y su cuerpo a otra mujer. He conocido, como todos vosotros, a algún hombre así. Resulta patético ver cómo disfrazan esta impotencia y la convierten en veleidad o en misoginia. En el fondo sabemos lo que hay: una imposible necesidad de enamorarse de una mujer que no es, ni quiere ser, su madre. La lucha de poder tiene resultado desigual y va desangrando las relaciones familiares, toda la familia se resiente. La figura del padre es ese ser desvaído, sin presencia apenas y sobre todo, sin influencia, que resulta un trampantojo que a nadie interesa de verdad. Un accidente tan solo.
Jessie, más de un año más joven que Lawrence (nació el 29 de enero de 1887), era la segunda hija de la familia numerosa de Haggs Farm, a unas dos millas al norte de Eastwood. La relación tormentosa de Lawrence y Jessie, que iba a durar unos doce años, se convirtió en uno de los temas principales de Hijos y amantes, con Lawrence como Paul Morel y Jessie como Miriam Leivers. Para entender el carácter de la relación y el apego que sentía Lawrence a la familia Chambers hay que considerar siempre el entorno en el que vivió y se crió, un entorno que lo llenaba de vergüenza en realidad. La figura de Jessie es inspiradora para el escritor, mucho más que el resto de las mujeres que conoció en su vida. Quizá porque ella lo amaba sin intentar intimidarlo.
El museo DH Lawrence Birthplace es el hogar de la infancia del autor. El museo está ubicado en la antigua ciudad minera de Eastwood, en el condado de Nottingham. A pesar de que el escritor vivió itinerante a causa del desprecio y la poca aceptación que tenía en su propio país, su recuerdo más permanente está aquí y no en México, donde vivió y escribió algunas de sus obras, o en Vence, Francia, el lugar en el que murió, después de estar internado en un sanatorio para la tuberculosis.