"El fantasma de Canterville" de Oscar Wilde
(Castillo de Leeds, condado de Kent, Inglaterra)
Junto con "Las aventuras de Tom Sawyer" de Mark Twain, "El fantasma de Canterville" fue el libro favorito de mi infancia. Ah, y en esta lista también está "Ivanhoe" de Sir Walter Scott, que luego resultó ser una persona bastante relacionada con Jane Austen. No sé si esto significa algo. El deslumbramiento por estos libros no ha cedido nunca, todo lo contrario que con "El principito", que leí por tradición familiar, que me embaucó al principio, pero que luego pasé por la sartén del escepticismo y ahí sigue. En cambio, Tom, los caballeros sajones y el fantasma me producen, cada vez que los releo, la misma satisfacción irónica, la misma risa y el mismo desparpajo. La escena de la valla (si has leído Tom Sawyer sabes a qué me refiero) forma parte de mi película personal y no diré menos del inicio del fantasma, con esas disquisiciones ácidas del comprador y el vendedor del castillo. Ya entonces me molestaban las ediciones adaptadas porque parecían significar que no éramos capaces de pillar el texto tal y como se había escrito y porque te escamoteaban mucho del estilo, ya bastante vapuleado por las traducciones, no todas impecables. No diré nada de las ediciones ilustradas, que nunca me han gustado, y que convertían en imágenes lo que debería ser simple imaginación. Nada puede suplir a la palabra que evoca o que inventa, cuando ha sido creada para ello. Así que, nada de ilustraciones, nada de adaptaciones y sí la obra en su plenitud, toda, entera. Una de las que tuve de "Ivanhoe" era una auténtica preciosidad, encuadernada en piel roja y con las hojas tan finas como las de una biblia.
Recuerdo y me recuerdo sentada en mi azotea, a cubierto del levante, los días del verano durante las vacaciones escolares, escondida para que no me mandaran hacer ninguna tarea doméstica, y con mis libritos. Las risas, jajajajajaja, continuas, delataban mi presencia y desvelaron mi escondrijo, que tuve que cambiar varias veces. Pero mi azotea permitía eso y mucho más porque era una azotea enorme, con una espadaña pintada de azul, una buhardilla en la que estaban las sillas de la playa, unas estanterías con cajas llenas de objetos inservibles, y una mesa y un sillón para cuando había que pensar en soledad. Genial buhardilla y enorme azotea privilegiada, en la que tanto podías secarte el pelo al sol, como ver la película del cine de verano, cuya pantalla estaba justo al otro lado, y curiosear las andanzas de los niños de la calle. Incluso, en mañanas claras, el horizonte te acercaba al mar, a algún barco que se movía por allí, a los esteros, a la enorme luz de la bahía. Si has tenido una azotea en tu infancia, ya sabes de qué hablo.
(Castillo de Durham. Hoy, Universidad)
"El fantasma de Canterville" es de esos libros que forman parte de tu itinerario lector sin que el tiempo o las modas lo perturben. Asombra pensar cuánta gente lo ha leído y cuántos lo descubren cada día, muchos de ellos niños que treparán desde él a otras obras de Wilde o a la lectura en general. Junto a las miles de historias para chicas, de cuentos, de tebeos de todas clases, de novelas de misterio, de libros clásicos que leí en el instituto, o que debí leer, este fantasma es un conocido de siempre que reaparece sin que te extrañe. Un viejo colega, al fin y al cabo. Las adaptaciones cinematográficas no le han hecho justicia, aunque alguna de ellas tenga galones. Y creo que tampoco el teatro es lo suyo. Porque una de las virtudes del libro es que te permite imaginar a los personajes a través del extraordinario ritmo de las palabras. Las desventuras del fantasma hacen que te apiades de él y que odies todo aquello que perturba su largo sueño. Y el lenguaje es el más desenfadado y ligero que usó Wilde en sus obras, lo que es ya decir mucho. Lo que más me llama la atención siempre, no obstante, es la comparación entre la "mirada" americana y la "mirada" inglesa. Algo que aparece en muchísimas obras literarias, incluidas las de Henry James y las de Noël Coward, por ejemplo. Este último ha sido objeto de felices adaptaciones cinematográficas al respecto, con esas chicas allende los mares tan llenas de modelitos modernos y de ideas cortas.
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