Otro otoño de lecturas
El otoño es tiempo de estrenos y también de reencuentros. En los libros se anuncian novedades y todos los lectores y bibliófilos hacemos cábalas de cómo serán y cuánto tiempo tendremos que esperar para tenerlas en nuestras manos. Las relecturas no faltan y, con ellas, las recomendaciones de esos libros que leímos y que nos han dejado huella. Todo eso se mezcla en un delicioso cóctel de palabras y de frases. Es un itinerario que defines tú misma y que nadie te impone. Ningún crítico, ninguna editorial, ninguna conclusión te hará leer lo que no desees leer, porque la lectura es un acto de libertad y, si no es libre, no es producto de la extraña unión entre la mano que escribe y la mente que lee.
En ese no fiarse de otros hay mucho de individualismo como lo hay en la misma actividad de leer. Un individualismo que termina siendo un acto solidario y solitario, porque otras muchas personas igual que tú deciden acercarse a un libro determinado para extraer de él cosas distintas. Las visiones se complementan y, aunque no haya acuerdo, en todos permanece el recuerdo, el olor, de esas páginas. Espero que los libros nuevos que lleguen tengan ese aroma impregnado, el de los textos bien escritos, el de los textos llenos de la verdad de la imaginación y de la verdad del talento.
Es la misma condición que tienen los libros ya leídos, los que se sitúan cerca de ti en las estanterías o en las mesitas y que nunca parecen terminar de decir aquello que encierran. Un gran milagro que lleva nombres diferentes pero que se renueva en cada ocasión. La complicidad es el secreto que une con un lazo invisible a todos aquellos que comparten el amor por un escritor o un libro cualquiera. Lo dijo D. H. Lawrence "los lazos del amor son difíciles de desatar". Los libros te crean unos lazos indestructibles, que el paso del tiempo no mengua ni aminora, sino, al contrario, que hacen más sólidos y se convierten en un referente en tu vida. Recordamos los libros que leímos con el mismo fervor que lo hacemos de las personas que amamos.
Se repiten los ritos. Algunos autores anuncian "su nuevo libro". Son esos que escriben y publican cada año, como si tuvieran una enorme fábrica. Un cierto escepticismo me hace dudar de la mayoría de ellos. También están los regresos. Esos tienen más sentido. Como el de Edna O`Brien, que publicará con Lumen su "La chica", una novela escrita al calor de Nigeria y de la tragedia de las secuestradas. La filosofía de Gomá, sobre la que hay quien alberga dudas y otros tienen una rendición plena, se refiere esta vez a la "Dignidad", algo sobre lo que también escribió Albert Camus. Las relecturas de "Mujercitas" de Louisa May Alcott serán muy frecuentes porque se estrena nueva película sobre el libro y eso siempre actúa de trampolín. Nuevas generaciones de muchachas conocerán así a las hermanas March.
Hay una ilusión sobrevenida en aquellos que, por primera vez, van a leer los libros que tú leíste. Esos que leerán a Jane Austen, se detendrán en "Emma" o en "Orgullo y Prejuicio" y conocerán a Elizabeth Bennet, Emma Woodhouse o cualquier otro de sus personajes. Leerán sus frases, reirán con su ironía y disfrutarán con sus historias.
No haber leído un libro tiene esa ventaja: puedes leerlo por primera vez. La relectura, no obstante, trae muchos placeres. El placer de volver a encontrarte con un hogar cuyas habitaciones ya conoces pero que tienen para ti algunos detalles que se habían pasado por alto y que ahora se te presentan nítidos, nuevos, flamantes. No te habías dado cuenta, no era el momento o las luces brillan con más intensidad ahora. Eso es la relectura, una nueva forma de mirar.
Hay otra interesante forma de plantearse el hecho lector. Es aquella que te lleva a ahondar en un autor que te ha deslumbrado. El gran ejemplo de ello no puede ser otro que William Shakespeare, ese genio que te va trasladando de una obra a otra sin solución de continuidad y sin perder el asombro. Shakespeare tiene la virtud de convertir al lector en un personaje más de sus obras, en un espectador privilegiado, en un cronista de las historias y de los argumentos. Pero hay otros autores y eso ya depende de cada uno. Jane Austen, para mí, desde luego, el gran referente de la novela moderna y de la novela emocional. Agatha Christie y esa larga travesía de pequeños detalles y de descubrimientos enrevesados. D. H. Lawrence, sin dudarlo. Robertson Davies, también. Cada uno de nosotros tiene su itinerario. Y se descubren nuevas ramas de ese frondoso árbol, inevitable.
El otoño trae nuevas lecturas o lecturas renovadas. Nosotros, como lectores, tenemos el burbujeante motivo de buscar lo que nos complace, lo que queremos y lo que esperamos. Paseamos por las librerías o navegamos por internet, oímos recomendaciones visitamos blogs, somos fieles a nuestros escritores, indagamos nuevos universos. Da igual, el libro seguirá siendo una asignatura pendiente cada año, una asignatura que nunca lograrás aprobar del todo. Están ahí y los reconoces, los conoces y son tuyos. Así que nada que objetar, salvo que en ese ámbito de libertad nadie puede convertirse en juez sino tú mismo y nada importa lo que otros opinen sino lo que tú, libremente, hayas decidido hacer en este paseo interminable sobre la palabra, el gran hallazgo, la voz, la manera en que los hombres deciden comunicarse sin perder el hilo de lo que son o esperan.
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