Llanto


Lo único que recuerdo de aquellos días es el llanto. Fueron muchos meses, todos ellos cargados de una penetrante ausencia que se manifestaba en cada cosa. Pero es el llanto lo único que recuerdo. Una sensación de desamparo y las constantes lágrimas que acudían sin permiso. Recorría despacio el camino que me separaba del trabajo y lloraba. Volvía a casa después de intentar hacer algo, casi sin conseguirlo, y lloraba. Me sentaba delante de la televisión y lloraba. Cogía un libro y lloraba. Tomaba mi bolígrafo y mi cuaderno, para acabar llorando. Así, no recuerdo otra sensación ni otro sentimiento. Solo el llanto firme, fluido, capaz, poderoso, se ha mantenido en mí como una memoria infinita. No puedo saber qué comía ni cuándo, ni qué hablaba ni con quién, ni qué pensaba ni adónde miraba, ni cómo me sentía. Solo el llanto es el reflejo de la presencia ausente. Solo el llanto era un compañero eficaz y diario. Solo podía llorar a cada instante. Es el llanto el recuerdo más nítido, el único, el recuerdo total. 

¿Dónde estaban las rosas? Yacían sin tino en un rincón del jardín y nadie las cuidaba. Perdieron el color y la forma, desaparecieron en un vacío continuo en el que nada era cierto. Las veía deshojarse y no podía parar su deterioro. Sola el llanto las regaba sin intención. Solo el llanto se movía en torno a ellas como una noria imparable. Era el llanto el espejo en que solía mirarme aquellos días, los meses, el tiempo de la oscuridad sin fin. 


(Pinturas de Francine van Hove)

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