La declaración
Aquel vestido rojo todavía anda guardado en un armario. Tenía un aire vintage que recordaba los años cincuenta. A ella siempre le ha gustado el rojo y a él también. La noche calurosa del 26 de julio permitía llevar libres los brazos, libre el corazón, totalmente libre todo. No recuerda muchos detalles pero en el ambiente brillaba una especie de expectativa única. El barrio estaba de fiesta y mucha gente paseaba junto al río, cuya cinta de plata era un atractivo para todos. Las casetas de la Velá se abrían en toldos verdes y blancos y la música se mezclaba entre unas y otras. Hay frases que nunca se borran y que tienen el peso de las evidencias más claras. Una declaración de amor es una especie de salvoconducto a la felicidad. Y esta vez fue cierto. Nadie mintió, nadie escondió nada, los dos supieron que era tan exacto como lo pueden ser las cosas. Podrían escribirse muchos libros sobre el desamor y ninguno sobre el amor correspondido. La dicha tiene menos literatura y no hiela la sangre sino que la hace borbotear en un amable baile que nunca se separa de quien la ha sentido. No todo el mundo tiene la fortuna de hallar a alguien que merezca la pena llamar "amor mío" y, aunque luego la muerte se lo lleve, esa declaración puebla las soledades y las acuna en una suave manta de verdades completas.
(Foto de Nina Leen)