Que ni el viento arrebata


A nadie se le ocurre inventar la risa, inventarse los llantos. Imagínatelo. Has vuelto de una larga travesía cruzada de inhóspitos recuerdos y aparece la luz, cambiante el tono, a veces rojo, a veces amarillo, azul tal vez en tardes de verano, verdosos innombrables, grises perpetuos, marrones que hacen juego con la noche...Nunca te alegrarías de estar en un silencio que no tuviera nombres, ni siquiera de ser alma callada. Por eso te levantas con fuerza, agarras sin temor las despedidas y vuelves a pisar el suelo de antes, con otros pies y con otros zapatos, pero vestida de algarada, de fiestas. 

A nadie se le ocurre pensar que alguien agazapado, escondido, oculto entre las sombras, va a describir un arco de amargura en tu risa, va a cambiar el color de tus ojos y el tiempo que devoras sin tasa entre las hojas. No podrías entender, por mucho que quisieras, que hubiera gente así perdida por el mundo y que pudiera incluso pensarse compasivo, pensarse fiel consuelo, pensarse dulce llama. Por eso te asombraste cuando el paso del tiempo te enseñó que era falso ese reloj perenne, que era viejo el llamado de vida que quería aparentar para acceder al fuego que guardabas. 

A nadie se le ocurre lanzar un alarido en medio de la noche y dejarte aterida de frío y de nostalgia y convertirte en ascua y trasladarte al fondo y perderte en el miedo y destrozar tus ansias y cambiar tu mensaje y deslucir tus manos y despreciar tus labios y comparar tu voz con un ladrido. Por eso no entendiste al principio el mensaje, por eso te negaste a creer que fuera cierto, por eso te engañó, por eso te ha perdido, por eso se ha llevado la palabra y la luna, por eso ha convertido en doloroso espejo lo que observas sin voces, lo que tiemblas sin llanto.

Sobre el frío, el trágico abanico que ni el viento arrebata.


(Foto de Irving Penn) (Título: un verso de Ángel González)

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