Ir al contenido principal

"La edad del desconsuelo" de Jane Smiley

Dana, Dave y tres hijas. Vida cotidiana. Las cosas que a todos nos ocurren. Una clínica dental que prospera. Un matrimonio de larga duración. Una duda. "Nunca volveré a ser feliz" piensa Dana en voz alta. Dave guarda silencio. El silencio de Dave esconde el deseo de que nada cambie, de que todo permanezca como está, de que su matrimonio no sucumba al desamor, la rutina o el cambio. A ellos no puede pasarles, se hundiría todo. 

Dave es un ser vulnerable y Dana necesita ser feliz. Ni él puede imaginar la vida de otra forma ni ella quiere seguir imaginando la vida que vive. Es el eterno vaivén de las parejas, de las relaciones sentimentales, de los matrimonios. Pasan los años y una multitud de ritos compartidos sustituye a la pasión, al encuentro breve, al fascinante deseo, al cruce de miradas. Pasan los años y se contraen deudas, se tienen hijos, se compran casas, se firman hipotecas, se comparte el cartel del buzón, se celebran efemérides, se amplía la familia por uno y otro lado. Pero el corazón sigue su propio ritmo. 

¿Se ha enamorado Dana de otro hombre? Y, ante eso ¿qué puede hacer Dave si quiere que su vida continúa en esa conmovedora rutina que él necesita y que él ansía conservar? El silencio es la única respuesta. Por eso callará. Por eso hará como que no sospecha, como que no tiembla ante la duda, como que no ocurre nada, como que las cosas que suceden no suceden. Este es el punto central de esta novela corta en extensión, pero pujante en intensidad. Pocas páginas, una conversación y, en medio, la decepcionante actitud de quienes sobreviven después de los años y las diferentes formas de abordar la evolución de cada miembro del matrimonio. Uno es un hombre vulnerable y otra es una mujer que aún sueña. Los sueños son dañinos si de lo que se trata es mantenerse firme en el alambre. La vulnerabilidad crea culpables e inocentes y se acaba volviendo contra todos. Quizá es un imposible pretender que la vida se escriba con los mismos renglones desde la universidad, donde ambos coinciden, hasta el final, hasta la muerte. Pero los imposibles forman parte también de la existencia. 

Jane Smiley (Los Ángeles, California, USA, 1949) es una novelista poco conocida en España. Por eso hay que agradecer iniciativas como el de la editorial Sexto Piso que ha traducido esta obra publicada originalmente en 1987 y que ha salido a la luz en español en abril de 2019. Solo las editoriales comprometidas con los lectores son capaces de realizar esta función: evitar que se pierdan, se olviden o se desconozcan, pequeñas obras maestras que merecen ser leídas. Smiley tuvo una formación académica muy extensa y recibió el prestigioso Pulitzer por una de sus novelas. Otras han sido llevadas al cine. 

La traducción del texto ha corrido a cargo de Francisco González López y tiene una preciosa portada a cargo del fotógrafo Erik Herrera que ha plasmado, con inspiración hopperiana, un interior de cafetería solitaria con un único vaso para beber a pesar de que hay dos asientos que están esperando a ser ocupados. Un símbolo de la soledad, de la falta de interlocución, que refleja muy bien el contenido del libro. Las portadas de los libros son un elemento más de atracción a la hora de comprarlos y esta es excelente. 

Hay que leer estas obras. Hay que acercarse a estas joyas con interés y expectativas. Nunca serán publicitadas a base de enormes carteles, premios acordados o publicidad insistente. Pero tienen algo que es insustituible: autenticidad, verdad, escritura en estado puro. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Woody en París

  Los que formamos la enorme legión de militantes en la fe Allen esperamos siempre con entusiasmo y expectación su última película, no la que termine con su carrera sino la que continúe con la misma. A ver qué dice, a ver qué pasa, a ver qué cuenta. Esperamos su narrativa y sus imágenes, creemos en sus intenciones y admiramos que vuelva a trabajar con profesionales tan magníficos como este Vittorio Storaro, director de fotografía, que dejó en la retina sus dorados memorables en otras de sus películas y que ahora plasma un París de ensueño. ¿Quién no querría recorrer este París? En el imaginario Allen tiene un papel esencial la suerte, la casualidad, aquello que surge sin esperarlo y que te cambia la vida. Él cree firmemente en eso y nosotros también. Shakespeare lo llamaría "el destino" y Jane Austen trataría de que la razón humana compensara las novelerías de la naturaleza. Allen también cree en la fuerza de la atracción y en la imposible lucha del ser humano contra sí mismo

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co