Ir al contenido principal

Besukis, cari (o Así se hace una comedia)


Las deliciosas mujercitas de los años sesenta del siglo pasado bien podrían ser hoy chicas pijippies, mitad pijas, mitad hippies. Aficionadas a la moda, sin ser esclavas. Sonrientes, sin ser insulsas. Cariñosas, sin ser pesadas. Modernas, sin ser espaciales. Chicas perfectas. Uñas pulidas, pantalón pitillo, top volátil, sandalia de cuña de ocho centímetros, brillante melena planchada, ojos con rabillos azules, labios rojos. 

En Kiss me, stupid (Bésame, tonto), un Billy Wilder de 1964, las chicas son Felicia Farr, a la sazón esposa en la vida real de Jack Lemmon y la gélida pero insinuante rubia Kim Novak, que ya había logrado éxitos relevantes en el Picnic de Joshua Logan, de 1955, con un irresistible William Holden y en el Vértigo de Alfred Hitchcock de 1958, con el suavemente atractivo James Stewart

Felicia es aquí la esposa discreta, bonita y enamorada de un profesor de piano bastante frustrado porque pasa sus días intentando meter en la cabeza de sus ignorantes alumnos alguna nota musical. En Clímax, el pueblo del desierto en el que vive, su única distracción es soñar al alimón con el encargado de la gasolinera. Ambos, Ray Walston y Cliff Osmond, verán su oportunidad dorada cuando recale allí, por esas cosas del destino, un crooner, conquistador, talentoso y canalla, Dino, interpretado, cómo no, por Dean Martin. Dino viaja desde Las Vegas a Hollywood y no imaginará cómo un leve problema con el coche se convertirá en una especie de comedia de enredo, sí pero no, insinuaciones, erotismo y saltos de cama. 


La estratagema precisa de un alma cándida, de alguien inocente y, a la vez, voluptuoso, alguien que suplante a la esposa y la preserve de las garras del eterno conquistador. Y allí estaba, en su roulotte, dejando caer la margarita de los días, nada menos que Kim Novak, con pantaloncito corto y camisa anudada a la cintura. 

El sueño americano del triunfo anida en los corazones de esos dos músicos de pueblo, condenados a ser siempre nadie. Por eso la oportunidad se convierte en deseo ferviente y el talismán tiene nombre de mujer. Una chica de la calle puede hacer posible que ambos lleguen a figurar en los letreros de neón de un teatro de Broadway. Soñar es el patrimonio de todos los que, teniendo algún talento, no han dispuesto de suerte o de padrinos. Incluso en Estados Unidos, el país de las carreras fulgurantes, del ascensor social, ocurre esto.  Los encuentros providenciales lo son por eso mismo. Así fue el que puso a Dean Martin en el camino del triunfo: tropezó con Jerry Lewis y formaron una atípica pareja cómica: el seductor y el gracioso. 

La musiquilla de la canción se aposenta en nuestras cabezas y la comedia se desliza con ese tono suavemente erótico que Wilder usa con maestría. La prostituta tiene un corazón de oro y la esposa quizá no tenga tan claro que la fidelidad es un valor del matrimonio. El caradura no se conmueve, ya lo sabemos, solamente intenta conseguir otro trofeo para su estantería. Y los músicos frustrados danzan al compás de los acontecimientos en una lucha cierta por conseguir su meta: que esa musiquilla se cante más allá de las fronteras de Clímax. 

Sinopsis:

Dino, un cantante de fama, conquistador y mujeriego, llega por casualidad a un pequeño pueblo del desierto de Nevada, de nombre Clímax. Allí vive un profesor de piano, casado, con ansias de ser compositor de fama, y su amigo, el encargado de la gasolinera, asimismo músico aficionado. La llegada de Dino reaviva sus ansias de triunfo y para ello no dudan en poner en marcha una estratagema  en la que tendrá relevante papel una prostituta del lugar. 

Algunos detalles de interés:

Kiss me, stupid fue rodada en 1964 y dirigida por Billy Wilder, también autor del guión junto con A. L. Diamond. Ambos firmarían también el guión de otras dos grandes películas Con faldas y a lo loco y El apartamento. 

La música, de André Previn, es uno de los grandes logros de la película y tiene un papel central en la trama. La película tiene una clara intención de ruptura de los estereotipos, algo que Wilder hace en toda su filmografía. En este caso, los relacionados con la vida marital. Muchas de las críticas negativas que recibió se debieron a esta circunstancia. 

Dean Martin, Kim Novak, Ray Walston, Felicia Farr y Cliff Osmond, forman el quinteto protagonista. Ajustados, acertados y divertidos, cada uno de ellos da el punto exacto al papel que el director les encomienda. En el caso de Dean Martin todo resulta mucho más sorprendente, porque, en realidad, lo que hace es una autoparodia de su propio personaje real. 

Dean Martin (1917-1995) era de origen italiano y había nacido en Ohio. Tras formar pareja con Jerry Lewis durante muchos años en películas de gran éxito popular, se dedicó a trabajar en solitario en el cine y a cantar. De esa forma, llegó a pertenecer al llamado “Clan Sinatra”, junto con el propio Frank y Samy Davis Jr. entre otros artistas. 

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac

La primavera es una cesta llena de libros

 /Foto C.L.B. Archivo personal/ Una de mis viejas amigas (viejas porque son de toda la vida) tiene siempre a flor de piel el deseo de encontrar un lugar tranquilo donde sentarse a leer y a tomarse una taza de té. Creo que lo del té es reminiscencia de nuestras lecturas inglesas, porque todas nosotras, ineludiblemente y sin razón alguna, tenemos en esa literatura una referencia constante. No solo hemos leído muchos libros de autores ingleses y estadounidenses sino que los comentamos y nos intercambiamos exclamaciones, interrogaciones y toda suerte de signos estrambóticos. Sentarse en un lugar tranquilo, a resguardo de los vientos y del sol inclemente, mientras el té se va enfriando y tú estás inmersa totalmente en el libro, es un sueño que ella expresa cada vez que se le pregunta qué desearía hacer en ese mismo instante. Y, tanto lo repite, que todas las demás pensamos que, en realidad, ella es una de esas muchachas de la campiña que viven en casas solariegas o en pequeños cottages y qu

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent