"Emma" de Jane Austen
"Emma" es uno de mis libros más queridos. La obra maestra de Jane Austen es una novela compleja, delicada, dura y divertida. No es nada fácil definir con acierto, sin pinceladas gruesas sino con trazo fino, a toda una comunidad de personas que habitan en un entorno rural, cerrado y con un continuo cambio de sentimientos en unos y en otros. "Emma" es una montaña rusa, todo lo contrario de un mundo pacífico. No hay aburrimiento en su desarrollo ni hay desliz en su desenlace. Todo funciona a la perfección, como un mecanismo de relojería que estuviera engrasado al máximo. Es, lo repito, una obra maestra.
De vez en cuando releo algunas de sus páginas. Puedo decir que la conozco como si yo misma perteneciera a la estrecha sociedad de Highbury o fuera una visitante privilegiada de Hartfield, el hogar de Emma. Las características de su carácter me producen la sensación de que Miss Austen era mucho más adelantada a su tiempo de lo que suponíamos por sus otros libros. Y, sobre todo, de que la inteligencia que Emma posee en grado sumo y que también adorna a otras de sus heroínas, era uno de los atributos de Jane, la escritora. Porque resulta imposible, de otro modo, diseccionar la vida con esta elegante sutileza.
Vuelvo a "Emma" cuando algunas cosas de la vida chirrían y tengo necesidad de que me acoja un sitio amable, un hogar confortable y protegido. Eso es este libro para mí. Volver a casa, eso es lo que hago cada vez que abro sus páginas. Hoy, por tanto, es un "día Emma". Con eso ya lo digo todo. Y, ¿en qué voy a fijarme esta vez? ¿qué aspectos del libro quiero destacar? Quizá la forma en que los personajes aparecen retratados. Nada de arquetipos ni tiesuras, pura vida, pura naturalidad, puro estudio de cada carácter. Los personajes se mueven en la historia como si tuvieran todas las dimensiones aseguradas, las aristas cortantes de lo malo, las bellezas sin complejos de lo bueno. Bondad y belleza, por un lado; pero también, belleza y maldad; y, sobre todo, ingenio y belleza, cordialidad, honradez, lealtad suma. Hoy, los atributos con los que los buenos se adornan aquí me hacen añorar más Austen en casi todo.
Si hoy solo quiero pararme en lo bueno me olvidaré del señor Elton y de su repelente esposa Augusta, venida de Bath, con tan poca clase como los nuevos ricos, ampulosos y prepotentes. Tampoco me interesa Frank Churchill quien, pese a que es tan bien tratado por su padre y sus amigos, nunca está a la altura y su temperamento cómodo y variable, egoísta, tiene más suerte de la que merece. No me detendré en Jane Fairfax porque es demasiado poco abierta de carácter y se fija demasiado en lo que es la parte de enamoramiento de las relaciones. Así que me paro en la amistad de Emma con Harriet Smith, equivocaciones bienintencionadas incluidas; la relación paterno-filial de Emma con el señor Woodhouse, ese anciano hipocondríaco de buen corazón; la bellísima protección sin exagerar de la señora Weston con respecto a Emma y, sobre todo, el amor de Knightley. Espero que nadie me critique demasiado si prefiero a Knightley antes que a Darcy. Sí, sé que Darcy es Colin Firth y eso es mucho decir pero Knigthley es lo que es con unos o con otros. Es el hombre perfecto. Todo lo perfecto que un hombre puede ser. No me extraña que Emma, tan reacia al amor, tan independiente (todo eso me encanta) se diera cuenta de que ese hombre superior al que quizá esperaba sin saberlo no era otro que su cuñado, ese George sin nombre de pila.
En días como hoy, releo "Emma" y eso me reconcilia con la vida. Incluso perdono a los mediocres. Solo por un tiempo, me temo, sin embargo.
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