Dulce encuentro
(Andrew Wyeth. Christina's World)
Si otoño o primavera no lo recuerdo ahora. Sé que era tiempo de llevar sandalias y un vestido azul claro con escote de pico y sé que era una hora temprana de la tarde, la hora de los susurros, crepúsculo indeciso. La casa de mi amiga era el sitio perfecto, el refugio ideal para ese encuentro ansiado. Sonó el timbre de la puerta y dudé en un segundo. Sólo una ráfaga que aparté de inmediato. Allí estaban sus ojos. En el umbral, su boca. Vaqueros desgastados y camisa de manga larga con los puños doblados hacia fuera. Era extremadamente varonil y olía de una forma especial. Su olor se asentaba en mí y no me abandonaba.
Los besos cruzaron el vestíbulo, las manos en las manos. Allí estaban mis labios entreabiertos y mis ojos abiertos totalmente y estaba él y estaba su sonrisa, enigmática, dulce, extraña sonrisa de quien lo guarda todo en su interior. Era terriblemente guapo y yo era su princesa.
Las sábanas revueltas y el sudor de las manos se mezclaron con risas que no tenían motivo. Esas risas absurdas que surgen del placer, de la dicha total, del cuerpo pleno. Era el amor entero el que se aposentaba en aquel cuarto abierto a una plaza con árboles. Era el amor entero, escrito sin palabras. El amor, en lo hondo, en todos los sentidos. El que se abre a la vida, el que no necesita sino amor para amarse.
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